Cuando Eloy me contó esta historia estábamos los dos un poco borrachos. Los envases de vino que cada uno teníamos a mano iban dando las últimas boqueadas. En los bancos cercanos, algunos compañeros hacía rato que trataban de dormir, tapados con varias capas de periódicos y cartones.
Os la cuento tal como él me la contó.
«Todo comenzó el año anterior. Lo recuerdo como si lo estuviera viviendo ahora mismo», —me dijo.
«El veinte de junio exactamente, estaba intentando cumplimentar la declaración de Hacienda. Por la mesa del comedor se esparcían un montón de impresos, justificantes y recibos. Increíblemente me salía a pagar. La repasaba una y otra vez y no había duda: quince mil euros. Incrédulo ante semejante cantidad, me quedé aturdido.
—Esto no puede ser… Si soy un jubilado… Cómo iba yo a pensar que el fondo de pensiones que cobré el año pasado… Si lo invertí en pagar parte de la hipoteca del chalecito… Vamos a ver. Un poco de calma. Si pido un préstamo al banco…
En ese momento en el reloj sonaban las seis de la tarde. A través del hueco de puerta de la cocina se veía parte de la ventana abierta que aunque no me pillaba de frente, dejaba entrar bastante luz.
—Pero cómo me va a prestar dinero el banco si aún no he liquidado la hipoteca de la casa y todavía estoy pagando el coche. Y con mi sueldo de jubilado, cómo lo voy a devolver…
Entonces fue cuando por el rabillo del ojo, me pareció ver algo raro en aquella ventana. Volví la vista con rapidez pero no había nada. Seguí con los papeles. A los pocos momentos, me pareció que de nuevo, allí pasaba algo. No conseguí ver nada pero me quedé pendiente de cualquier movimiento. Y de repente la vi. Una línea recta como de un metro de alta saltó desde la calle a la cocina, a ella le siguieron otras dos y luego otra más.
Di una sacudida a mi cabeza pensando que soñaba. Pero no era un sueño. Allí estaban los impresos de hacienda con sus cantidades inalteradas, la calculadora, los bolígrafos y los papeles llenos de números.
Al momento pensé que sería algún nuevo tipo de robo. Hay gente que no para de inventar. Así que cuando me levanté y llegué a la cocina me quedé aterrado. Miles de líneas rectas, iguales a las anteriores, estaban entrando sin parar. Quise abalanzarme para cerrar, pero una fuerza desconocida me impidió hacerlo. Las líneas se me pusieron delante formando una superficie plana que me empujaba. A medida que se adelantaban, me iban llevando hacia la pared, hasta que estuve con la espalda apoyada en ella.
Entonces, del conjunto, se separaron tres, y uniéndose por los extremos, formaron un triángulo equilátero. Éste, por lo que pude entender, comenzó a dar órdenes, y ellas empezaron a desfilar hacia el interior de la casa mientras yo seguía aplastado contra el muro por aquella superficie plana.
Era una situación ridícula, pero lo cierto es que no podía moverme.
Mientras iban saliendo de la cocina, el triángulo dio otra orden, y dos de ellas se unieron por uno de sus extremos y formaron un ángulo obtuso. Luego se abalanzaron sobre mí fijando sus extremos abiertos a la pared, por debajo de mis axilas, con lo cual me inmovilizaron, y por más fuerza que hice, me resultó imposible soltarme. Una vez me tuvieron sujeto, todas, salvo dos, que al parecer quedaron de guardia, se metieron por la casa seguidas por el triángulo.
Y allí me quedé yo aprisionado por un ángulo obtuso y custodiado por dos líneas rectas.
— ¡Qué estupidez! —Pensé— ¿Pero es que estoy loco o qué? Las líneas no tienen cuerpo. Son una abstracción. No existen.
—Anda, anda, —me dije —deja de pensar tonterías y vuelve a repasar la declaración de la renta.
Di un fuerte impulso para despegarme, pero aunque lo intentaba con todas mis fuerzas, no conseguí moverme ni un milímetro.
Las dos que estaban de guardia, cambiaron de posición y en ese momento entró en la cocina el triángulo seguido por una tropa de ellas. Entre dos llevaban los papeles de hacienda. El triángulo dio unas órdenes y dos líneas se juntaron por un extremo formando un ángulo agudo. Las que tenían los papeles los metieron dentro del ángulo y éste los engulló.
Yo empecé a sudar. Ahora sí que estaba perdido. Sin los justificantes me sería imposible rehacer la declaración, y además de la cuota tendría que pagar la multa y el recargo. Mi desesperación iba en aumento y forcejeaba como un poseso. Entonces, entre cuatro, formaron un cuadrado que empezó a dar órdenes al triángulo, y éste a la tropa. Debió de ser por esas órdenes por lo que el ángulo se soltó de la pared y yo me sentí libre. Pero inmediatamente el triángulo me metió entre sus lados, y con la facilidad con que se mueve una pluma, me llevó detrás del cuadrado, que se había comenzado a mover hacia otras habitaciones de la casa. Al llegar al salón, vi encima de la mesa todo el dinero que había sacado del banco. Rápidamente otras dos líneas se juntaron formando un ángulo y se lo tragaron.
La angustia me atenazaba y mi corazón en vez de latir parecía correr sin freno. Yo traté de golpear al triángulo, el cual, al ver que me rebelaba, pidió al cuadrado que tomara su lugar. Entonces formaron un pentágono que tomó el mando, mientras el triángulo era suplido por el cuadrado que me sujetaba con más energía. Todos nos dirigimos a otra habitación donde cogieron las pólizas de los seguros, las escrituras de la casa y otros documentos, y se los iban tragando. Yo cada vez estaba más desesperado y hacía más fuerza, e iba pasando de un cuadrado a un pentágono, luego a un hexágono y a sucesivos polígonos de más lados. Cuando acabaron de tragarse los muebles de la casa y el coche, que estaba en el garaje, la tropa, conmigo dentro de un dodecágono, se puso delante de una circunferencia ante la cual se inclinaron. Luego, salimos a la calle donde lucía un sol que, en mi estado, resultaba insultante dada su redondez.
Me soltaron, y caí sin fuerzas al suelo. Apenas podía levantar la cabeza, y en lo que yo creí entonces mi último aliento, pude ver como un ángulo recto se tragaba mi casa, y todos desaparecieron».
Esa es la historia que me contó. Ahora vive por aquí. Su comida, como la nuestra, es algún trozo de pan del día anterior, frutas algo pasadas, y en general de los alimentos caducados que nos dan en algunas tiendas. Vestimos las ropas que ya no les sirven a los demás. En verano dormimos en los bancos de los parques de la zona alta de la ciudad. Y en invierno en la parte baja, en algún portal abierto o cualquier hueco que encontramos. Los guardias que nos conocen hacen un poco la vista gorda. Durante el día tomamos el sol, paseamos y nos apostamos en la puerta de alguna iglesia. Siempre hay buenas personas, y sacamos unas monedas. Pero no vamos juntos. Cada uno a lo suyo. Al atardecer nos reunimos en los bancos de la plaza, charlamos y bebemos vino barato. Observamos a la gente que va presurosa de un lado para otro, como si se les fuera a acabar el tiempo, y nos reímos de ellos.
Ahora, hace algunas semanas que no veo a Eloy. A lo mejor duerme en otra plaza. No sé… La última vez que lo vi, me aseguró que era feliz.
José María Araus
Sorprendente relato José María, cargado de imaginación pero que refleja la cruda realidad a la que muchos se enfrentan. Me ha encantado. Enhorabuena.
Abrazos
Como una película de terror pero con los papeles de la renta. Aunque, si bien lo pensamos, la declaración de la renta tiene mucho de película de terror.
Bien ideado y mejor narrado. La metáfora de la Geometría tiene su punto de moraleja: te escondas donde te escondas siempre existirá una figura (¿un inspector de zona?) que te cazará como quiera.
Ni Al Capone se pudo zafar.
Un abrazo, José María.
Hola, José María:
No había leído nada tuyo y he de confesarte que he pasado un buen rato con esta extraña y pesadillesca historia sobre geometría… Lectura ágil e historia bien desarrollada. Como dice Atticus, toda la geometría es una excelente metáfora; yo, por ejemplo, he sentido la estrechez de nuestras propias formas ‘mentales’, ¡si seremos ‘cuadriculados’ que hasta nos engullen, jajaja…! Solo cuando Eloy se liberó de la pesadilla de las formas rígidas pudo sentir algo parecido a la libertad…
Me gustan las historias inteligentes
Un abrazo de líneasrectasaplastadasenlabasura ;D
Una historia de tintes oníricos y un tanto surrealista que te atrapa desde el principio. Cuando alguien me dice «te voy a contar…», yo me pongo enseguida a escuchar, así que «Cuando Eloy me contó…» es para mí un comienzo perfecto.
Yo he sonreído con esta historia un poco delirante, a pesar de la angustia que produce verte atrapada en un ángulo obtuso (qué obtusos resultan los ángulos!) y vigilada por dos líneas rectas.
Un relato original, lleno de metáforas inteligentes y muy bien estructurado.
Te felicito, José María.
Gracias Brujapiruja, por leer mi relato y dejar en él uno de tus siempre acertados comentarios.
Atticus, me alegro que te haya gustado, ya sabes que tu opinión la tengo en gran estima. Sí, siempre hay gentes que vigilan y que no paran de inventar para tenernos atrapados.
Gracias Mar Solana, yo sí que leo tus comentarios (aún recuerdo «El salitre») y no se si alguna vez habré comentado alguno, pero me gusta como escribes. Aprovecho para felicitarte por pasar a ser colaboradora del Canal.
Y a ti María también te agradezco tu comentario. La tuya es una opinión que me importa mucho porque te leo y me gusta mucho lo que escribes.
Sólo por comentarios como los vuestros, ya merece la pena escribir.
Gracias.
¡Vaya!, ¡y yo me creía que había escrito algo original mezclando los microrrelatos con las ecuaciones algebraicas y los gráficos estadísticos!
Escritor agudo con un relato redondo… Y no me extraña que toda la tropa se incline ante la circunferencia, no vaya a ser que los inscriba en ella
Me ha encantado, sorprendido y divertido.
Me gusta que te haya gustado, Lola. Espero tu relato para el certamen, que seguro que será espléndido.
Gracias por tu opinión.
Beso.