Sabía con total seguridad que existía otra.
Si me preguntaran el momento exacto en que lo advertí, no podría decirlo. Fue una sonrisa a destiempo, un beso innecesario, una pregunta sin respuesta, un silencio…Nada era igual entre nosotros. Nuestro amor siempre sincero y entregado se convirtió en una rutina opresiva que ninguno podíamos controlar.
De reojo, le observaba nervioso coger el móvil cuando le llegaba un mensaje y al instante, una explicación no pedida.
—De la oficina, que no encuentran unos informes.
—¿Qué vas a hacer?
—Nada. Que se la apañen como puedan. Ya estoy harto de ser el que resuelve todos los contratiempos.
A partir de ese momento, su pecho se debatía en una ansiosa respiración. Un exagerado temblor de piernas y una nerviosa agitación de manos constituían la antesala de un ir y venir, con aspavientos, en lo que hablaba solo y que concluía en un:
—Me voy y regreso en un minuto. Un beso lanzado al aire y un perdona cariño, pero no me fío de ellos.
Un ritual que llevaba a cabo cada vez con más asiduidad y una intensa pena que me devoraba por dentro nublando mi razón y llevándome a los extremos del delirio.
—Eres una celosa patológica, una enferma. No existe ninguna otra —me dijo cuando una tarde, cansada de vivir así le solté todo lo que pensaba y me planté delante de la puerta para no dejarle salir al encuentro con la otra.
Lo mismo, aunque con palabras más suaves, me dijo el psiquiatra al que me llevó.
—Señora, no sé si lo que usted dice es verdad o no, pero no nos interesa. Lo importante es lo mal que lo está vivenciando.
—¿Eso significa que soy una enferma?
—Usted tiene una personalidad suspicaz y desconfiada, y ello puede hacerle ver fantasmas donde nos las hay.
Al salir de la consulta tomé conciencia de que todo era producto de mi alterada mente, y que el médico y mi marido llevaban razón. Mi desconfianza me hacía malinterpretar aquello que sucedía. Me lo repetía una y otra vez, cuando el corazón se me paró de golpe al mismo tiempo que los ojos se me salieron de las órbitas…
Iban agarrados de la cintura, besándose sin disimulo alguno y exhibiendo obscenamente su amor.
Allí estaba mi delirio, porque mi marido llevaba razón, no existía una otra, era un otro.
María José Moreno
Blog de la autora
Muy agradecida por que leyeras mi relato y porque lo incluyas en este prestigioso blog.
Un abrazo
Greatings, Interesante, no va a continuar con este artнculo?
Gracias
Socco