La plenitud de Sofía
“Sofía!!! siempre está en su mundo…” recuerdo que me reprochaba inocentemente mi madre cuando era pequeña, yo me quedaba muda y me paseaba delante de sus amigas, las cuales se cuidaban muy bien de lanzarme toda clase de piropos y elogios varios que se les dedica y de manera dicharachera a las niñitas como yo. Luego ambas les veíamos cuchichear a nuestras espaldas (y no muy bien), quizás sobre el comentario desafortunado de mi madre o tal vez sobre mi especial antipatía.
“Sofía!!! hija mírame cuando te hablo…que parece que estás en otro mundo…” me repetía constantemente mi madre cuando intentaba hacerme entrar en razón. “Ya sé por qué no tienes amigos en clase” era el reproche más cruel que podía hacerme porque yo entonces era una chica en edad adolescente y no tenía ni idea de qué demonios iba a hacer con mi vida.
Reconozco que antes no se hablaba como ahora ni se trataban las cuestiones de las relaciones interpersonales con tanta naturalidad; Es verdad que ella algo intuía sobre mí pero nunca salió, para bien o para mal, entre ambas el tema a la palestra.
Es verdad también que nunca me gustó rodearme de gente. Nunca he pasado una entrevista de trabajo y no estoy segura que todavía lo haga. Soy mujer y soy autista. Trabajo en una franquicia familiar de helados artesanales que yo misma preparo con mis propias manos en la trastienda porque la barra para atender a los clientes ni la visito. Me da pavor. Pero mis helados gustan y mucho porque este verano estamos haciendo mucha más caja que el anterior. A la noche, cuando estamos a punto de cerrar, me reservo para mí uno de mis helados preferidos – el de frambuesa y nata- y me siento en la terraza. A veces se acerca el perro del dueño de la tienda de al lado, que se llama Bruno, y se acuesta, adormilado, a mis pies. En ese momento del día, me siento inmensamente plena. No me hace falta nada más.
USUE MENDAZA