Llora la lluvia sobre la selva. Cada gota restalla sobre las copas de los árboles, salpicando a los guacamayos azules que esconden suspiros bajo una de sus alas. Las hojas más anchas recogen el llanto del cielo y dejan caer un reguero de lágrimas sobre la tierra oscura y fértil oculta bajo los helechos.
Llora el suelo inundado y traza caminos de agua. Riachuelos de lluvia fluyen hacia la corriente que acoge el llanto del mundo vegetal.
Llora el yacaré sobre la piedra del río y cada lágrima llora también en círculos concéntricos, rotos por las pesadas gotas de la lluvia tenaz. Llora el río una humedad cálida y neblinosa que se eleva hacia las nubes bajas y grises. Cada gota de lluvia se transforma en burbuja sobre la superficie, reflejo iridiscente y convexo que estalla, navegante fugaz, casi en el momento.
Llora el rumor del agua creciente un quejido oscuro de orillas desmoronadas, de nidos invadidos, de insectos que huyen ladera arriba. Enmudecen las aves y la oscuridad comienza a engullir los verdes brillantes de la selva mojada.
Y nosotros lloramos un llanto silencioso, de corazón empapado en nostalgias imprecisas de otras lluvias lejanas.
Dies Irae
Una hermosa imagen de desolación vegetal, de tristeza cósmica, de llanto sobre el río y bajo la lluvia, de silencio y nostalgia. (Quizás porque ese yacaré fuera antes hombre.)
Un abrazo.
La lluvia, siempre fecunda.
Quizá el hombre que llora bajo la lluvia no está demasiado lejos del yacaré, Elena.
Siempre, aun para quien no puede verlo, Manuel.
Gracias por dejar vuestro sentir.
Me alegra mucho leer prosa poética. Hay que sentir muy intensamente la vida para poder escribirla. Así, cualquier momento u objeto insignificante adquiere carices insospechados y el poder de emocionar. En mi corazón también llueve.
Gracias, Laura. La semilla ha de romperse para arraigar, pero esa lluvia también dará sus frutos.