Los gigantes duermen en Antequera.
Se tumbó formando con su cuerpo unos montes en medio del valle. Apartó rocas y montículos para apoyar su cabeza sobre un bosque que cedió con estrépito. Mirando el techo del cielo, a veces tan bajo, inalcanzable en otros momentos, se acomodó mientras su mano buscaba la mujer que hacía siglos no se movía y cuya silueta –disimulada por viñas, olivos y pinos– había perdido nitidez. Durante unos instantes a su medida, volvió a experimentar la felicidad ilimitada que antes, mucho antes de que el mundo desapareciera tras sus párpados, compartía con ella: sus andanzas a través de la llanura, el descanso entre montañas, el frescor de lluvia absorbida de las mismas nubes…
Dorotea Fulde Benke
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