Los hijos de la casita del terror
«Aquí estoy yo, Leopoldo María Panero, hijo de padre borracho y hermano de un suicida, perseguido por los pájaros y los recuerdos que me acechan cada mañana escondidos en matorrales, gritando porque termine la memoria, y el recuerdo se vuelva azul y gima, rezando a la nada por temor».
Y aquí estamos, los hijos de la casita del terror, hijos de los vicios, la pobreza extrema, la violencia, de los suicidas; los hijos del alcohol, las drogas, los abusos, de los gritos; los huérfanos hijos de las lágrimas que sobrevivimos a la infancia y vivimos intentando aprender a vivir y fracasamos.
Nosotros, los que no tendremos absolución porque nacimos con el alma desnuda de plegarias, los que no llegaremos al cielo porque nacimos con las alas rotas. Los bastardos que llevamos el invierno en los huesos y un puñado de versos quebrados entre los dientes; los ciegos de tanto mirar, los sordos por cansados de oir.
Nosotros que nos encadenamos a la libertad y conversamos con el silencio, los que construimos todo con oscuros pájaros y peces inexistentes, con utopías paranoicas arrancadas del seno de los sueños y de las entrañas de las pesadillas; los hijos del desequilibrio, de los excesos, de la locura, del desamparo, de la muerte. Esos que caemos con facilidad y mucho más allá del suelo, los que habitamos en el horror de una huida constante de la memoria perseguidos por los recuerdos.
Los hijos de la casita del terror que nunca podremos dejar de ser aquellos niños pero el tiempo nos hizo hacedores de nuestros propios terrores, porque como escribió Panero: «Qué siniestro es el oficio de escritor».
Eve V.Gauna Piragine