(Sobre una leyenda sufí, revisada y adaptada)
El camino hacia al templo era largo, pero agradable, estaba salpicado con flores silvestres y sombras oscilantes de los árboles frutales que, a los costados del sendero, se mecían acompasadamente al viento del Este que anunciaba la lluvia acaecedera. Algunos ruiseñores musicalizaban el atardecer con su canto, diluyendo sus notas graves en el crujir de las hojas.
-Me gustaría ser invisible –espetó, a su maestro, el joven discípulo. -Quisiera no desentonar en este paisaje perfecto. Siento que estoy de más en esta escena. Quisiera no ser visto. ¿Hay forma de lograrlo?
El gurú siguió caminando a su lado. Parecía preocupado ante ese deseo del muchacho de pretender desnaturalizarse, de desintegrarse perdiendo todo vestigio de individualización. ¡Tantas veces le había enseñado la verdad del alma incorruptible, imperecedera, común a todo ser, el cual, a la vez, debe cumplir con la misión propia e irrepetible de sostener esa esencia, de manera personal, en el mundo de las formas…!
El silencio del guía era incomodo, pero el educando no lo advirtió y siguió inquiriendo: -¿Se puede llegar a ser invisible?
El viejo se detuvo y, mirándolo fijo, contestó: -Apenas tenga ocasión te lo demostraré.
Prosiguieron el peregrinaje sin pronunciar palabra. La noche se abría paso y la brisa fresca llegaba anunciando la oscuridad venidera. De repente, como un inesperado aluvión, un grupo de soldados irrumpió delante de los caminantes.
-¡Alto en nombre de la Corona!
-¿Qué desean? -dijo el maestro.
-Nuestro Rey mandó a detener a todos los derviches por desacatar sus órdenes y causar, con sus opiniones, agitación en el pueblo.
-Me parece perfecto. Todos deben ser detenidos -contestó sorpresivamente.
-Pero, ¿acaso usted no es un Sufí? -dijo el militar, extrañadísimo, mientras levantaba, con una de sus manos, unos escritos de esa enseñanza, incautados horas antes.
– Pero ¿cómo se le ocurre tal disparate? -dijo el viejo arrebatándole las hojas y destrozándolas con desprecio. Al instante. los soldados se retiraron del lugar.
No tardó el joven en increpar a su mentor: -¡Maestro, ha denigrado nuestra sabiduría!
-Yo sólo estaba enseñándote.
-¿Enseñarme qué? -gritó el chico
-La manera de hacerte invisible. ¿No advertiste que, apenas me convertí en uno de ellos, dejaron de darse cuenta de que existía?