Más allá de Orión. Por Anita Noire

 

«Me gustaba su manera de sentarse bruscamente en una pared
o una columna rota del recinto en ruinas
donde se encuentra la columna de Pompeyo,
esa manera de sumirse en una pena indecible
ocasionada por el impacto de alguna pena
que acababa de surgir en su espíritu».

Miras al frente con los ojos entreabiertos y sé que estás al borde del agotamiento. Te beso en la boca y tus dedos buscan en tus labios los restos de un roce que no ves pero que sientes tibio. Me buscas, y apoyada sobre tus entrañas, sin que puedas ver, me detengo burlona, esperando que sigas buscándome entre los remolinos que el viento del norte levanta entre las dunas.

Te obsesiona el silencio.

Ensimismado sientes unas manos que recorren tu espalda, son los antiguos amores que vuelven con sus manos hermosas, frágiles e invisibles para acompañarte. Pero no hay nadie alrededor, nadie fuera de ti, sólo una playa solitaria salpicada de charcos salados que te invitan a caminar sobre ellos y retirarte más allá de la escollera.

Vivo dentro de ti.

Te escuchas con cuidado, la mano sobre el esternón y ahora sabes que no hay sombras que oscurezcan el cielo más allá de Orión.

Anita Noire

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