Aquella tarde era la propicia. Eso pensaba León Valderas cuando con el móvil en la mano se repetía inmerso en la duda: le llamo o no le llamo.
La única adición de León Valderas era el internete, aunque no lo dominaba porque eso de los sistemas operativos, la memoria ram y la rapidez en las descargas, le traía al fresco. Lo suyo era el chateo. Y allí, en el canal “más de 40”, con los ojos tan abiertos como ilusionados, se pasaba horas y horas en busca de ligoteo.
Una noche tuvo la fortuna de cruzar su desvelo con un extraño nick, Ninio, que aunque le hacia pensar que era de genero masculino, resultaba muy preguntón; lo que le hizo dudar de quién en él se escondía, preguntándose al mismo tiempo qué querría y por supuesto, si sería gay. Después de largas horas dándole a la tecla, se encontraba muy a gusto tecleando con él. Y más lo estuvo, cuando su enigmático interlocutor le confesó su sexo que no era otro que el de hembra.
-¡Dame tu teléfono y te llamo!- Le pidió de inmediato León Valderas para aseverarlo, abundado que su llamada sería de escasos segundos: los suficientes para averiguar en su voz, su condición de mujer.
-¿Y si ello no es suficiente? –Le replicó ñoña quien ya le había dicho que estaba casada con un camionero, ausente en un largo viaje por esos caminos de Dios, pero lleno de burdeles en la carretera.
-Hola, soy León Valderas- Se presentó con su voz pausada pero al mismo tiempo decidida, nada exigente y de tono educado. No le hagas caso a mi nick, -escuchó como respuesta con un timbre femenino, alegre y versátil – Lo utilizo tal cual para que no me deis la lata, pues si me presento como Lolita y con lo pesados y salidos que sois los hombres, no me dejáis en paz. Me llamo Dorita, pero dime, dónde estás; yo estoy con mi hija y su novio en el apartamento de la playa.
León Valderas le rogó volver al chat, pues estaba también en su apartamento, igualmente de la playa y chateando en la terraza. Su mujer, en el salón, le alertaba León Valderas, estaba ante la tele, atenta al J.J. Vázquez y la Belén Esteban disertando ambos sobre las rimas de Bécquer, la importancia de los endecasílabos y el porqué de la “generación del 98” en un momento convulso de la Historia de España, según ambos llegaron a su convencimiento.
Ya de vuelta al tecleo y por supuesto nervioso, León Valderas cogió el camino rápido que si en las más de las veces, lleva al fracaso, en las pocas restantes de todo puede suceder. Y si el mundo es un pañuelo, en aquella ocasión, ciertamente lo fue. Dorita veraneaba en la playa de los Valles del Norte, León Valderas lo hacía en la del Sur, separadas ambas por apenas diez minutos, comunicadas por un agradable paseo y, lo que era más importante: en aquel instante por el sonido del teclado que amortiguaba el plof plof de su excitado corazón.
Qué pequeño es el mundo, se repitieron los dos. Y qué gozada que por uno de esos caprichos del internete estemos próximos en un palmo de terreno. Y mientras que León Valderas se mostraba cauteloso porque si había imaginado que Dorita podía estar en una playa de Almería o de vete a saber dónde, resultaba ser que la tenía cerca: como lo están las sábanas cima el calor de un colchón. ¿En qué estaré pensando para esta comparación? Concluyó para sí, León Valderas.
León Valderas carraspeó. Dorita, más decidida, entró a matar y le tecleó que estaba harta de su soledad en la playa, aburrida como una ostra, mirando al mar y el constante cambio del color de sus aguas sobre un desértico pedregal, más quieta que las piedras dormidas al sol. Te espero mañana por la tarde en mi playa del Norte –le dijo- He alquilado un apartamento por veinte días, hay poca gente y nadie me conoce. Mi marido no regresa hasta el viernes y mi hija querrá quedarse en el apartamento con su Javier. ¿A las cuatro y media? Bien. Llámame antes al móvil, por favor.
León Valderas carraspeo más fuerte. Y lo notó al contestarle a su esposa, que ya terminada la tele, le dijo imperativa. -¡A la cama! Qué el Vázquez ha terminado y hasta mañana a las cuatro no vuelve-.
León Valderas sonrió. Cerró el internete y le contestó. –Sí, vamos a la cama que estoy muy cansado- En su cabeza sólo dormitaba la playa de Valles del Norte con el verde esmeralda de sus aguas que a la tarde siguiente podrían ser rojizas, quizá lascivas y con el mercurio estallando el cristal que lo cubre.
Efectivamente, la tarde le era propicia. Decidido marcó en su móvil el número de Dorita. –A las cuatro y media estaré en la playa. En tú playa- Le dijo y repitió. León Valderas apagó su Iphone 4S y se fue a hacer footing, según le dijo a su esposa, mientras ésta anhelaba ilustrarse con la generación del 27, tal y como había anunciado el JJ Vázquez a quién le acompañaría la Karmele Marchante de prestigiado discernimiento.
Media docena de nubes se perdían por el placebo azul de la tarde. La brisa era una delicia. Las diferentes tonalidades de los blancos y azules y verdes esmeraldas bailoteaban sobre la mar en el que sus pequeños rizos indicaban unas corrientes dirigidas por la batuta de Aquel que hubiera creado tan celestial infinito.
La fuerza de tan inmenso útero marino se perdía en el solitario pedregal de la playa. Dos hamacas, centraban la atención a los que en grata sobremesa y en un chiringuito playero fijaban su mirada en ellas, advertidos por Cecilia que no era ni del sol ni de tan idílico marco, de lo que disfrutaban quienes no tenían nada de juvenil aspecto, más propicio éste a la refriega amorosa.
De repente, Julieta, ya cincuentona en años, emergió de la hamaca y grácil y enamoradiza se acercó aún más a su Romeo, quien de su horizontalidad surgía una barriga cervecera que a la vista de los del chiringuito ponía su punto de gracia en aquella playa con cierto toque tropical.
-Estás a gusto, mi vida, mi cielo- Así imaginaba Cecilia lo que ambos se decían, advirtiendo a sus amigos de tan furtivo lance, y ratificando su creencia cuando la una acariciaba los hombros del otro y bajando su cabeza le ofrecía el néctar de su boca con un almibarado beso en dulce frenesí, plácido y tumbado el Romeo sobre su hamaca, mientras sus manos se movían cual pulpo en su habitat natural.
-Mirad cómo lo arrulla, cómo lo toquetea, no puede ser más que un ligue. ¿Qué si no?
Y por si acta notarial faltaba, fue Ángel Restituto Galituercas quién alertó un rato después que la pareja enfebrecida y cada uno con su hamaca, se alejaban por los brumos de la orilla. Julieta hacia el norte, y su Romeo, León Valderas, ya en los últimos metros de su footing, agotado, caminando hacia el Sur.
(Nota del autor.- Casi una historia real)