Llegué a Mikonos en busca de inspiración. No es que las musas se hubieran olvidado de mí, la vida me despojó de ellas de un plumazo y sin avisar.
Cada día la misma rutina: el despertador a las seis de la mañana, footing por la playa y tras una relajante ducha y un delicioso desayuno en la terraza me enfrentaba a mi Mac que parecía retarme sarcástico: “¿qué… hoy también vamos a guardar un documento en blanco?”
Llevo dos horas mirando la pantalla, tengo los ojos secos y mi mente divaga en un oscuro vacío existencial. Necesito un café; cualquier excusa es buena para acariciar tu taza… la compramos en nuestra luna de miel en Verona ¿te acuerdas?, desde ese día no me separo de ella.
Salíamos de aquella pequeña tienda de souvenirs cuando un coche sin frenos se cruzó en nuestro camino arrebatándome en segundos lo único valioso que poseía: tu amor y mi inspiración.
Teriri
Es un valioso -menos de lo que perdió tu personaje, pero valioso también- ejercicio de escritura que ensambla dos conceptos que suelen caminar por derroteros distintos: el amor y la inspiración literaria. Y la taza como puente entre ambos.
Pues está muy bien, Teriri.