Le gustaba llamarme «gatita». A mí, seguirle el juego. Y me deslizaba por su cuerpo con la suavidad de un felino. Sorbía las cálidas gotas del deseo con el ansia de una fiera en celo. Él, agradecido, me repetía: «Mira que eres linda». Y yo, satisfecha, me extendía sobre las sábanas, abriéndome a la vida. Una noche, estando en este ritual atávico, comienzo a oír unos pasos con sus voces: se acercan, abren la puerta, alguien entra… Parece una mujer. Ya frente a nosotros, le sonríe con descaro, ignorándome. Sin pudor alguno, deja caer la leve túnica que la cubre y se tiende en nuestra cama, se abalanza sobre mí como una pesadilla. Me ahoga su olor a hembra encendida. Escucho de nuevo «mira que eres linda». Percibo en sus palabras la prueba de que no estoy soñando y, a tientas, voy en busca de sus brazos, de sus caricias, de su piel. De su boca. Pero un manotazo brusco y firme me aparta de su lado y me arroja al suelo. «Creías que una simple gatita podía interponerse en nuestro amor», le susurra al mismo tiempo que entrelazan sus cuerpos. Y yo, decepcionada, me voy con el bigote caído y la cola entre las patas.
Carmen Pita García
Muy bueno, muy sensual. La he imaginado abierta a la vida y he llegado a sentir el tibio y suave tacto de la piel gatta. Me reitero. Muy bueno.
Juego de confusión y de perspectivas, algo bueno para un buen microrrelato.
Quedamos a la espera del siguiente.
Muchos besos.
Tienes una pluma exquisita Carmen, capaz de trazar cualquier historia con la sutileza y gracia del vuelo de una mariposa. En este caso traviesa, juguetona, y derrochando sensualidad.
Felicidades amiga, además de por la historia, por el sello inconfundible de elegancia que distingue tus textos.
Besos.
Muchas gracias a todos por vuestro aliento. Ojalá que Linda os haya sacado una sonrisa.
Saludos, abrazos y besos para todos.