Mis noches con Ava Gadner. Por José María Araus

El sonido del teléfono me sobresaltó, a pesar de que esperaba la llamada. Luis, el camarero, lo descolgó, contestó con un “Buenas tardes”, y tras escuchar un momento, me lo entregó con otro: “Es para ti”. Esperé unos segundos, para no dar sensación de impaciencia, y luego contesté sin poder evitar un temblor en la voz.

―Dígame…Sí, mi amor… Ahora mismo.

A continuación colgué el teléfono. Llamé al camarero, pagué el café a medio consumir y miré dentro de la taza. Aquel líquido, ahora me parecía de un  negro maravilloso, como una llamarada negra, como un hermoso mar de azabache. Me pregunté si los posos de aquel café habrían anunciado mi felicidad de aquel día.

 Recogí las monedas que me tendió el mozo, y salí a la calle. Iba despacio, dilatando el tiempo en cada uno de los pasos hacia la felicidad. No cabía en mí de alegría cuando entré en el Hotel Palace de la calle del Tilo. El ascensor estaba averiado, pero el paraíso estaba cinco pisos más arriba. Mi corazón palpitaba más aceleradamente a cada piso que subía. Las últimas escaleras, las subí despacio, demorándome, como saboreando la dicha por anticipado. Luego ya, ante la puerta, me paré un instante preparándome para entrar en el cielo que me estaba esperando. Antes de que llamara, la puerta se abrió y apareció, escuetamente, Ava. Me agarró del brazo y me metió en el piso.

 Solo mucho después, meses después, años después, repararía en  que una vez había estado en el paraíso, y que el paraíso, en realidad, se encontraba en unas escaleras del Hotel Palace.                               

José María Araus

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