Mordisco mortal. Por Brisne


Procedo de un linaje antiguo. Uno de mis antepasados más célebre mordió en el pecho a Cleopatra. Fui criada para participar en espectáculos varios. He convivido con barbudos que me alzaban por encima de su cabeza, con damas que acariciaban con asco mi testuz, jóvenes que me alimentaban con ratones blancos, titiriteros que me mostraban como el animal más peligroso e incluso fui la atracción principal en una feria medieval. Me colocaban junto a un caballero que hablaba de la maldad intrínseca de mi raza, y luego una dama simulaba aplastarme la cabeza. Pero el trabajo más raro hasta el momento fue hacer de modelo para un cuadro de una Inmaculada Concepción. Eran horas y horas de total inmovilidad. El pintor era un tipo simpático que me daba un ratón al acabar cada sesión. Era feliz con todas esas cosas.
Mi dueño tuvo la desgracia de arruinarse, su terrario acabo disgregándose por el mundo y véanme ahora, aquí al borde de la muerte confesando mi pecado.
Al ser el ejemplar más voluminoso del terrario me vendieron a la empresa Gomito espectáculos. Trabajaban para televisión. Participar en programas televisivos te da renombre y te convierte en estrella, lo que yo siempre había soñado ser.
No era una prueba complicada, una modelo simulaba besarme la boca, yo como casi siempre debía permanecer inmóvil. No era nada que no hubiese hecho antes. Pero al verla ahí, rubia, perfecta con unos pechos que llamaban ser mordidos, no pude evitarlo. Me abalancé sobre ella y la mordí.
Maldita sea mi suerte, nadie me había dicho nunca que la silicona es mortal para los de mi clase.
Agonizo ahora, envenenada por un líquido viscoso, por sucumbir a mi instinto cuando debería saber que en el espectáculo seguir el guión es sinónimo, en mi caso, de vida.

Brisne
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