Hay partículas que no definen personas, ni el propio cuerpo ni el aroma de su piel. Las hacen distintas, sí, y son inconfundibles. Pero hay personas que son enigmas, y ¡quién los descifrara, Chéspir! -me decía a mí mismo. Siempre fui bueno descifrando personas, pero algunas me generaban una sensación de no-sé-qué, me descolocaban. Y podía pasar horas observando, haciendo antropología de gestos y miradas, pero me resigné al entender que existen personas opacas. ¿Será mejor así? -me preguntaba. Pero en mi fuero interno tan sólo quería descifrar, ser egiptólogo, comprender. Supongo que me hice mayor, y con mi saber acerca del paso del tiempo perdí algo de paciencia. No por ello me rendí, porque cada uno es, para sí mismo, esa pregunta que inquieta, atormenta, excita. Y, ciertamente, nunca fui bueno en la resignación.
Lara Morgenröthe