Orgullo y prejuicio II
El sentido me impedía preguntarle nada al respecto pero la dichosa sensibilidad me inducía pavorosamente hacia ese particular. Y me repetía a mí misma con una fuerza telúrica. ¿Y por qué no me prestaba a ello? Quizá mi sensibilidad había ido in crescendo en esos días posteriores a nuestro programado encuentro, quizá el deseo interno de hacerme valer me salvaguardaría de encontrarme en la tesitura de recibir una respuesta negativa por su parte, aunque ésta viniera aderezada con una buena excusa y con el tacto que siempre nos debería otorgar la madurez. Algo llamado inteligencia me urgía a quitarle hierro al asunto. Algo me recordaba que siempre se comprende una metáfora en la reducción de la misma, valiéndome de dos paralelismos, como cuando un cocinero reduce con la delicadeza que se le presume una salsa o como cuando el poeta quita lo accesorio e inútil de un poema hasta quedarse, en esencia, con el poema mismo. Así que decidida a deshacerme de los prejuicios y del orgullo que insistentemente me rondaban… reduje la cocción de dudas y miedos a una llana y directa pregunta: ¿Te apetecería venir a comer con nosotros? A lo que añadiría sin ningún tipo de atrezo: Me encantaría que vinieras.
Usue Mendaza