Podéis ir en paz. Con estas palabras el padre Hilario puso fin a su tarea dominical y sentándose al volante de su seiscientos emprendió el camino de regreso a casa.
Después de cinco misas y diez vinos bien cumpliditos el viejo cura no habría pasado los actuales controles de alcoholemia; el sol entrando por las ventanillas y la modorra hicieron el resto.
Nadie sabe si perdió el control del vehículo, se durmió o si el niño se le echó encima; cuando llegaron al hospital ya no se pudo hacer nada.
Pasó el tiempo y para los vecinos del pueblo aquella desgracia quedó en un terrible accidente en el que la justicia no quiso o no pudo encontrar culpables; aunque había quien no pensaba así.
No recuerdo exactamente qué día de la semana era; como todas las mañanas el párroco se encontraba en el confesionario calmando las conciencias de sus cuatro feligresas habituales; cuando creía haber terminado una inesperada corriente de aire le advirtió de la presencia de alguien más en la iglesia; sentándose de nuevo en la cabina musitó con desgana:
– “Ave María Purísima “
Y una desgarrada voz le respondió:
– No he venido a confesarme sino a darte la extremaunción.
Teriri
Muy buen micro, con alta dosis de intriga y misterio. Bien narrado, con las palabras justas, felicitaciones por este trabajo
Lo mejor, el final abierto, por el que se nos permite a cada lector imaginar quién está al otro lado de la rejilla y por qué quiere darle la extremaunción.
Bien, Teriri.