¿Qué haces, niña?
¿No lo ves?, recojo el agua –dijo ella convencida.
Pero no puedes –inquirió la abuela.
¿Por qué? –contestó la niña desconcertada.
Porque el agua fluye, no puedes meter todo el mar en un recipiente…
Pero ¿por qué? –contestó la niña.
Porque no te pertenece… –le dijo la abuela insistente
Ya, pero yo la quiero. Yo la necesito.
¿Estás segura? –repitió la abuela desde el lugar sin nombre.
No, lo cierto es que cuando veo el agua la deseo, a veces me siento bien, a veces no, pero la quiero… no puedo vivir sin ella –la niña comenzaba a introducirse en sus pensamientos.
La abuela se echó a reír… Pues claro, pero eso no significa que la necesites toda, te bastará con tener lo mejor que pueda ofrecerte…
Pero ¿entonces, qué haré?…
Entonces seguirás viva, respiraras, caminarás, bailarás y una vez más te acostumbrarás… –dijo la abuela risueña.
No es justo, abuelita. Esta vez lo hice bien
Pues claro hija, claro, por fin lo has hecho bien, pero ¿acaso pensabas que ello no te haría sufrir? ¿Pensabas que bastaba amar para no sufrir?
Pues sí –balbuceó la niña.
Pues te equivocaste. Es el precio que pagamos por estar vivas…
La niña quedó sumida en sus pensamientos.
La abuela la seguía amando como se ama a la flor más bella del jardín.
Si al menos todo fuera igual…
Entonces, mi niña, no aprenderías…
Pensamos que basta con amar para que el Universo sea como deseamos, pero ni cuando amamos podemos atrapar todo lo que sentimos. El amor es tan libre como hermoso y doloroso.
Esther Tenza