No hay dos casos iguales entre los encargos que nos hacen, pero con todo, uno de los mas raros que he recibido es el de acabar con un ciego. El hecho de estar en tal situación de superioridad sobre el oponente te hace sentirte incómodo. Sientes cierta repugnancia, parecida a la que debe sentir el cazador cuando le encargan que mate un animal doméstico. Pero si hay algo que no podemos ni debemos hacer es establecer objeciones morales en nuestro trabajo. Nosotros no somos los que decidimos dar muerte a una persona, sino simplemente quien lo lleva a cabo. La mano no siente remordimientos por llevar a cabo lo que el cerebro decide.
Durante algunos días seguí a mi víctima. Estaba claro que no creía que su vida corriera peligro. Aunque tenía un escolta, su trabajo era mas de lazarillo que de guardián y encima los días de fiesta no aparecía. Aparte, no seguía ninguna de las normas de seguridad básicas, tenia costumbres fijas y ordenadas, su coche se guardaba en un garaje sin vigilancia. La casa tenía un puerta de blindada pero se podía entrar fácilmente por las ventanas, que carecían del mas mínimo sistema de seguridad. Podíamos pasar desde la ventana de la escalera de la casa a la ventana de la cocina sin grandes dificultades. O sea, que además de ser ciego, me lo ponía en bandeja.
Había recibido la orden de que la muerte no pareciese un asesinato, en estos caso podemos optar por un accidente imprevisto o una enfermedad fulminante. Me decide por el primero de los casos, cualquier accidente consecuencia de su ceguera tendría visos de credibilidad.
Decidido el tipo de muerte, faltaba como llevarlo a cabo, se me ocurrió entre otras alternativas, una caída por el hueco del ascensor. El resto fue sencillo. El ciego daba un paseo a primera hora todos los días de fiesta. Había un piso en venta en el edificio de enfrente de la vivienda. Un compañero se coló en ese piso y con unos prismáticos siguió las evoluciones del ciego por su casa.
Cuando vio que se preparaba para salir, me aviso por el transmisor, con una copia de la llave del portal, entre en la casa como cualquier inquilino, subí hasta el rellano del piso. Me llegó aviso de que se disponía a salir inmediatamente, apostado en la escalera de servicio le vi salir y cerrar su puerta, me acerqué tranquilamente, le cogí por la cabeza, y de un giro brusco le produje una muerte instantánea silenciosa y limpia.
No estoy seguro si no se dió cuenta que me acercaba o si sintió mi presencia, pero pensó que era un vecino, pero eso que importa ahora.
Después de cerciorarme de su muerte sólo faltaba la escenificación final, abrí la puerta del ascensor con una llave de las que usan los ascensoristas y tire el cadáver. Tranquilamente emprendí la retirada por el camino que ya estaba previsto y ensayado, escalera arriba, subir a los tejados y bajar dos portales mas allá.
Cuando alcance la calle se empezaba a arremolinar gente en el portal del ciego, tranquilamente me aleje andando de allí hacia el coche que había dejado aparcado en las proximidades, pasó a mi lado el vehículo de escolta destinado a cubrir mi retirada pero como no hice la señal convenida, continuaron sin parar.
Todo el equipo había funcionado a la perfección
Si bien, dada la importancia del ciego, hubo varias investigaciones, nadie pudo asegurar que la rotura de cervicales no fuera efecto de la caída por el hueco del ascensor, y abrir la puerta del ascensor y que el ascensor no esté, será muy raro pero no imposible. El caso es que aun con todas las dudas el asunto fue cerrado como un accidente.
Felix Maocho Lanes
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