Siempre que voy a la peluquería sigo un ritual. Primero me voy a comer, por eso de que bien alimentada las mechas cogen antes, y después dejo que la peluquera me transforme en una señorita «semirrubia».
Pues bien, ayer, mientras realizaba mi ritual, encontré algunos cambios en mí que no sé si me gustan y si los he hecho consciente. Rebusqué en mi bolso el libro que siempre me acompañaba mientras esperaba al camarero y…¡Horror! No estaba. Bien, no pasa nada, me dije, plan B. «El boli», El unicornio azul de Silvio Rodríguez y… ¡Horror! y caritas, el Whatsapp ¡¡no estaba!!
Llegué a la peluquería y me ofrecieron una resvista hortera, no tengo nada en contra de las resvistas, pero no las suelo leer, me aburre todo aquello que no lleva argumento. Recordé que tengo el libro de Allende en casa con la presentación de los personajes, llegaron a mí millones de frases para las que el boli ya no está en mi bolso.
¿Cuándo me separé de ellos? No alcanzaba a recordarlo, pero sí que había un pequeño artilugio en mis manos, el móvil, con Whatsapp, Face y Twiter que me ocuparon toda la comida y peluquería. No creo que sea malo, pero creo que me separé injustamente de mis libros y de mis bolis desde que él llegó a mi poder. Es cierto que me mantiene muy informada, que ha abierto canales de comunicación como éste al que no habría llegado de no tenerlo; pero no es menos cierto que a ese artilugio no le debo dejar ganar la partida, ya que ayer yo eché de menos A MI LIBRO Y MI BOLI, que al final son los dueños de mis ideas y de mi «Mundo de Cristal», que no es otra cosa que el imaginario que todos habitamos. Está bien que exista uno colectivo, pero no podemos descartar el propio, el que nos fabricamos.
Así que esta pseudorrubia no olvidará su Libro y Boli en sus rituales ni en su vida…
Esther Tenza
Un relato con simpatía, un gusto leerlo
Un abrazo
Betty