Terminada la faena. Por Anna Genovés

 

 

 

Terminada la faena

 

 

 

Terminada la faena

La pantalla se apaga. Los dedos no teclean. El cuerpo se relaja en la silla de plástico en que reposaban las caderas. Los músculos entumecidos. La boca cerrada. Terminada la faena el cuerpo habla. Nada ni nadie te quita la sonrisa del rostro. Surge un inconveniente y te marchas. La pluma resuelta con sangre. Las líneas depuestas en la página blanca. No brotan ideas. No brotan palabras. La guadaña de tu conciencia, está cercana. Cizalla los cuellos, aplasta las sonrisas hieráticas. Te vuelves hosco porque se marchó la gracia. Nubes de terciopelo se almidonan en tu cuerpo. El oso de peluche, te habla: “muñeca de porcelana. Criatura celeste. ¿Ya no bailas?”. Tú, callas. Te anexionas a la butaca como un reposabrazos nuevo que sostiene tus piernas blancas. Las figuras de los tapices salen del cuadro fusilando los ojos de quien las mata. Caminan como Robocop con su arma. Engullen los pensamientos. No hay palabras. El desequilibrio se cierne en tu mente de niña asustada. Los muebles se tornan calaveras. Los almohadones barcas y, en lo alto del cielo, la Luna canta. Quieres tocarla. Pero huye de tus dedos. Fluye. Es una estrella nacarada. El árbol sosiega sus hojas. Las raíces asoman por el asfalto de la calzada. Los frutos caen de las ramas. Y tú te aferras a tu juguete en una noche acabada. La música repica tácita. Campanas con sonidos huecos. El Big Bang en una jarra. El agua no es fluida; la solidez la acompaña. Las montañas licuan sus laderas y se convierten en brebaje torrencial que inunda las casas. El otoño se acaba. Las hojas mueren. Los pájaros no gorgotean. El frío congela los huesos, las venas, la carne, los sentimientos, los paseos matinales y las almas. Los corazones se comprimen. No existe lugar para el amor. No existe la vida. No existe nada. Todo se congela bajo una gruesa capa.

Anna Genovés

07/07/2014

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anna

Valenciana de nacimiento y ecuménica de pensamiento. Tengo alma de poeta y mi corazón está tuerto. Funambulista de la vida, mis ojos ha visto innumerables historias y mis dedos han tecleado todo tipo de cuentos... Tantos como años tiene Caronte. Soy disléxica y disgráfica como John Irving, Roberto Bolaño, Wendy Wasserstein o Scott Fitzgerald... Y, millones de personas, a las que les cuesta aprender idiomas o confunden, por ejemplo, "niño" con "nicho". Pese a ello, tuve la suerte de ir a la universidad y licenciarme en Historia Antigua y Arqueología/Prehistoria. Colaboro en distintos medios digitales. Escribo cuando me inspiro y soy bloquera a ratos. He publicado dos novelas: Tinta amarga y Bovary 21. Habrá más: os lo aseguro. Van rulando por los cajones y me piden salir a la luz.

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