―Una limosnita, por caridad. ¿Nadie se apiada de este pobre anciano que no tiene qué comer?
El viejo extiende el brazo lastimero y guiña sin recato los ojos de falso ciego. A sus pies se detiene un niño.
―Anda con Dios, que me espantas a la clientela.
Pero el rapaz se empeña en descubrir los mecanismos de la mendicidad, que así podrá sobrevivir a la hambruna y a la peste y sumarse a los dorados ecos del siglo prometido.
―Una limosnita, por caridad –imita con la voz resquebrajada por la emoción de su viaje iniciático.
―Maldito tunante.
El viejo agarra el bastón y golpea por lo bajo las piernas del muchacho.
―Queriendo desfavorecerme, me hará usted una ventura, que más compasión atraeré por lisiado que por niño.
―Este portal es mío, picaruelo, que aquí asiento mis dominios desde que Cristóbal Colón descubrió las Américas.
El niño no conoce al Almirante ni de oídas, pero se ha encaprichado del oficio y no ve mejor lugar para ejercerlo que donde apoya el viejo las posaderas.
―Bien podemos turnarnos el puesto y repartir las ganancias.
―No veo razón para racionar lo que siempre fue mío. Fuera de aquí, rufián, jayán, alcahuete, zascandil, mal nacido.
El niño responde bien a cada uno de los calificativos, pero si hay algo que no soporta es que le mienten a la madre, que no es otra que la mismísima Virgen María según las monjas de Santa Clara que lo pusieron bajo el manto de su protección.
―Peor parido has sido tú, cojituerto.
Y, sin mediar más, arremete contra él con tan mal tino que el ciego queda salvo y recupera la vista, y el niño destripa con la testa el mismísimo muro de la corte de los milagros.
―Pobriño –exclama una moza enlutada que del mercado trae sus quesos y verduras.
Y, tomándolo del brazo, lo lleva hacia su casa, sita sobre los dominios del falso ciego, y desde allí puede el niño lanzarle la limosna apetecida en forma de salvífica lluvia de esputos y mondas de patatas.
Elena Marqués
¡Ay, qué bueno! Qué risa. La ambientación de diez, Elena. Un abrazo.
Qué no harás bien, Elena. Magnífica recreación de la mendicidad en nuestro Siglo de Oro, tan bien hecha que podría ser un tratado más de una novela picaresca; no desmerecería ni un punto. El lenguaje: claro, medido y equilibrado —¡cómo toca!—. Enhorabuena y un beso.
Pero tú no naciste en 1968? porque parece que escribes como en los tiempos de Miguelito (perdón D. Miguel).
Esto se lee con los ojos de mochuelo y la sonrísa perenne en los labios. De premio final, carcajada.
Estoy con Clara Mencid en que no hay nada que no bordes Elena.
Besos, admirada Elena.
Hoy nos sorprendes, Elena, con esta magnífica evocación de páginas de la picaresca clásica, con sus mejores ingredientes: realismo, burlas crueles, humor, y la cara oculta del dorado siglo: la hambruna, la miseria, los antihéroes en primer plano.
En fin, Elena, que dominas todos los registros (la viveza de los diálogos, la jerga, la elegancia) para goce y disfrute de todos los que te leemos.
Gracias, por este nuevo regalo.
En fin, ya que mi padre ha desvelado mi edad provecta, podéis entender por qué escribo así de vez en cuando. Reminiscencias de la infancia.
Muchos besos a todos.