Veo desde mi ventana como la montaña va desapareciendo. El verde intenso deja paso a los ocres y marrones de la tierra removida. Veo como se levantan polvaredas espesas al paso de los enormes camiones, a veces en la noche sus faros iluminan el cielo y dan a la oscuridad un aspecto sobrenatural que me recuerda una película de terror. Lo mismo me suele suceder con los espectaculares molinos de viento de los parques eólicos, que recorren nuestra piel de toro. Sí todos en línea, como a la defensiva, amenazantes, rompiendo el aire, esperando que nos acerquemos para dejarnos boquiabiertos. No puedo sino recordar el libro “La guerra de los mundos”, con sus cilindros brillantes, caídos sobre la tierra, con su marciano en el interior…
Veo desde mi ventana como la mina de exterior se va comiendo los bosques, la vegetación, el paisaje bello de mi infancia y me deja la sensación de hueco y vacío. Veo como los hombres, los mineros, van desapareciendo, dejando el puesto a la maquinaria que todo lo puede, por que lo que prima es la ganancia.
Los mineros de la mina de interior son ya piezas de museo, la experiencia dejó paso a la juventud desilusionada que se aferra a lo único que tenemos. La mina nos lo dio todo, pero también nos negó la capacidad de buscar otras salidas para nuestras vidas y ahora seguimos igual, avanzando sin avanzar, produciendo sin producir, ganando sin ganar un futuro. La mina que vio mi abuelo, la mina que vio mi padre, ya no es la misma mina, de las penurias pasamos al bienestar, pero perdimos la fuerza y la lucha, para bajar la cabeza y callar.
Callaremos y diremos resignados que esos son los efectos colaterales que conlleva el desarrollo, lo malo es que yo (espectadora de lujo, sentada en primera fila) pienso, no puedo evitarlo, que el desarrollo implica mucho más y aquí se quedo por el camino. El viejo camino hacia la mina ahora esta cubierto de nada, de olvido, el que iba hacia “La Casona”, hacia “El Mangueiro”, físicamente desaparecerá bajo escombreras al igual que los prados donde tanto trabajaba la gente del pueblo. Son todo imágenes del pasado, porque las imágenes de mi presente se reducen al tráfico incansable de camiones que siembran mis cristales de motas de carbón, que siembran las aceras, los bancos donde luego nos sentaremos para pensar y no decirlo en alto, que dejan su huella en la ropa que se seca la sol de cualquier tarde de verano. Carbón que va hacia la térmica, carbón que va hacia el puerto en busca del mar. Carbón que dará calor a mi casa este invierno encendiendo la caldera, mientras veo como la montaña es ya un recuerdo .Este pueblo desordenado, de gentes venidas de un sitio y otro.
Mamemara
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