Hoy ha sido un día raro.
Me desperté a las ocho y media de la mañana en la aldea de mi abuela, de la que ella salió con 12 años para ponerse a servir. Desde el dormitorio se pueden oír vacas, gallinas y gallos, burros, perros y gatos.
También la respiración de mi hijo, que dormía en la cama de al lado.
Le preparé el desayuno y le desperté. Antes de que pudiera meterme en la ducha se habían levantado también mi hija y mis sobrinillas pequeñas, y del silencio pasamos al alegre bullicio de las vidas que empiezan. Me dan mal rollo las familias en las que sólo hay ancianos y maduritos, me hace feliz que haya niños correteando por la casa familiar. Esa es la auténtica inmortalidad: ver que tu sangre seguirá corriendo por la tierra mucho después de que te hayas ido, perdurar en el recuerdo de quien escuchaba tus cuentos con la boca abierta, que se hable de ti como tú hablas de otros que ya murieron.
Todos seguían en pijama cuando nos hemos ido, sus besos nos han dejado un cierto regusto a sábanas calientes. Mi primogénito ha puesto un disco y hemos salido a la carretera con Bob Marley y un cielo ennegrecido de nubes. Una hora y cuarto después llegábamos a nuestro pueblo.
He estado todo el día en la trinchera proscrita peleándome con unos textos. Cuando he echado el cierre, he vuelto a echarme a la carretera, esta vez para ir a Madrid a ver a mi abuela, la de la aldea. Sí, a mis 43 años tengo abuela. Se cayó el otro día y se partió la cadera. O se partió la cadera y se cayó, vaya usted a saber.
La vida es una piedra pómez. Cuanto más las usas, más se gasta.
Y mi abuela tiene la suya mucho menos gastada que la mía.
Se casó tarde y se quedó viuda pronto, no ha tenido desgaste sexual.
Nunca ha bebido.
Nunca ha fumado.
Por supuesto, nunca se ha drogado.
Y hace años que sigue una dieta severísima y sanísima que ella misma se impuso.
Jamás ha sido libre: siempre ha sujetado las riendas, nunca ha cometido más exceso que el exceso de celo. La libertad desgasta mucho, porque hay que tomar decisiones continuamente, porque hay que asumir que ni el mundo ni la vida nos debe nada: tenemos lo que hemos buscado.
Ya ha cumplido su misión.
Sus hijos hace tiempo que son abuelos, el que no está jubilado, está a punto de hacerlo.
Mi abuela morirá de vieja.
En los últimos años se ha convertido en un ser dependiente, y la caída del otro día ha agravado la situación, ya ni coger la postura en la cama puede.
Sus pies ya no son pies, sus piernas ya no son piernas, sus pechos ya no son pechos, su culo ya no es culo, su cintura ya no es cintura…el suyo es un cuerpo casi a estrenar erosionado por el tiempo.
He ayudado a mi madre a acostarla y he vuelto a coger la carretera para regresar a casa, escribir, ponerme una copita y fumar.
Bendita tos.
Marisol Oviaño
proscritosblog.com
Me ha gustado mucho tu particular manera de contar una experiencia como esta. He compartido tus reflexiones, viajado en tu auto y escuchado a esos niños que, como tú bien dices, son cascabeles en nuestros días.