Soy un pájaro. No me andaré por las ramas, y aunque parezca que hago un chiste, la verdad es que no estoy para bromas. Contaré con brevedad mi historia porque creo que merece ser contada. Aunque lo advierto desde ya, le falta el final. Soy provisor. Un pájaro previsor. Será como si estuviese haciendo mi testamento.
Me he creído mayor para independizarme de mis padres y he tomado la autovía que lleva al sur. Viajo solo, con pocas plumas, ligerísimo de equipaje. De vez en cuando me paro en algún sitio, pico algo para matar el hambre y continúo volando. Hace apenas tres horas, calculo, me he despistado y he chocado de frente contra el cristal de un coche que iba en mi misma dirección. No sé cómo sucedió pero caí fulminado y por un momento pensé que me moría. Caí sobre el asfalto que ardía a aquélla hora de la tarde y vi algunas plumillas grises que se pegaban al suelo cerca de mi cabecita. Creí que eran mis sesos desparramados, pero no, pues supe que aún tenía vida.
Inmediatamente después oí un frenazo que me hizo pensar que el conductor había sufrido un accidente. Otro más. Por suerte no fue así, y al momento vi unos pies grandes que se acercaron y unas manos peludas me levantaron del suelo y me llevaron con cuidado y me dejaron reposar sobre una blanda superficie. Aquel hombre de aspecto rudo volvió a cogerme con delicadeza y me hizo tragar agua acercando su boca a mi maltrecho y dolorido pico. Una música sonaba muy bajito y creo que después de eso me dormí. Igual podría estar muerto, pero no, solo dormía, porque no sé cuándo ni en qué momento me desperté y lo supe.
Ah, sí. Fue cuando se detuvo el coche y el hombre volvió a cogerme con sus manos de oso peludo por una parte y suaves por otra, como si fueran reversibles. Los pájaros también sabemos de estas cosas. Sobre todo algunos que, como yo, nos hemos lanzado temprano a la aventura. Entramos en un lugar en el que había otras personas. Lo supe por las diferentes voces que escuché en mi atormentada cabecita. Mi agresor y salvador pidió una caja y un café y noté miradas que no me perdían de vista y voces lastimosas que se hacían cargo de mi dolor cuando él les contaba lo sucedido. Me sentí protagonista. Creí ser importante. Había hecho bien viniendo al sur.
Me metió en la caja que alguien le dio y le hizo varios agujeros, cerró la tapa y me dejó sobre el mostrador. Estaba a gusto. Seguramente el accidente solo me ocasionó magulladuras y poco a poco fui notando que me sentía mejor. Escuchaba de nuevo la explicación de lo sucedido y el asombro correspondiente porque no estuviese muerto después del impacto, cuando en un momento determinado noté como si volara. Alguien estaba moviendo la caja con violencia trasladándola de lugar y en aquélla inclinación se abrió la tapa y yo caí, entre el dolor y la sorpresa, incapaz de iniciar el vuelo. Iba a dar con mi cuerpecillo sobre el suelo, pero antes de llegar a él, las garras asesinas de un felino gris de terciopelo y seda se metieron entre mis plumas despavoridas y de nuevo estuve a punto de morir, pero ahora de espanto.
La voz del hombre sonaba ronca y airada y decía palabras feas dirigidas al gato, y una fuerte patada lo hizo chocar violentamente contra la pared de enfrente provocándole un chillido que hasta a mí me causó lástima. “Me cago en la puta que mala suerte”, decía el hombre acunándome de nuevo entre sus manos fuertes, y por el tono de su voz yo entendía que aquéllas palabras contenían veneno.
Hace un buen rato que no pienso nada. Tiemblo, pero sé que estamos en verano y que cuando bajaba al sur hacía un calor sofocante. Yo veía estallar los reflejos del sol sobre el asfalto y parecía que hasta el suelo estaba unos centímetros por encima de sí mismo. Así que no sé por qué hará tanto frío, que hace que entrechoquen mis débiles alitas desplumadas. Mi amigo sigue repitiendo esas palabras que ya hasta me gustan, “me cago en la puta, que mala suerte, me cago en la puta, que mala suerte”. No tengo muy claro que querrá decir con ellas, pero por la escasa experiencia que me ha proporcionado mi corta aventura, creo que el tono de ese canto no lleva trinos buenos.
María Dolores Almeyda
Fuente:https://canal-literatura.com/BLOG/
Hermoso y triste, como la vida misma. Me hubiera gustado que siguiera libre, qué ilusa, ¿verdad?
Gracias, María Dolores, por tus textos y a ti, Haddass, por traer belleza.
Besos a las dos