Yo aprendí a leer
Una alteración congénita, no sé bien de qué, hizo que mi vida se desarrollase en el marco de un grupo minoritario. Cuando llegó la hora de ir al cole, mis padres tuvieron que tomar una decisión valiente: ingresarme en un internado, separarse de su niña de 6 años que, además de pequeña, era, ¿cómo decirlo?, diferente a sus tres hermanos.
Su sacrificio y su esfuerzo se vieron recompensados porque a los tres meses, cuando volví a casa por las vacaciones de Navidad, ya leía; bueno, quizá era más deletreo que otra cosa, pero el alfabeto ya estaba adquirido. Otros tres meses más y entonces sí, ya leía. ¡Qué fiesta! Mis padres me compraron un montón de cuentos que hicieron mis delicias durante el verano siguiente y sucesivos.
Pero no fui yo sola quien aprendió a leer, mi padre también. Bueno, él ya sabía hacerlo desde pequeño, pero reaprendió para compartirlo conmigo. Así, cada tarde de domingo escribía una carta que yo esperaba ansiosa el siguiente miércoles en el reparto de correspondencia del colegio. Eran otros tiempos, sin Internet, sin Whatsapp…, y las cartas en puritito papel eran un tesoro que guardaba celosamente bajo mi almohada y que releía casi todas las noches.
También yo quise hacer una incursión en el mundo de la otra lectura, así que jugando con revistas, aprovechando su publicidad, alcancé a identificar y aprender todo el alfabeto de letras mayúsculas, negro sobre blanco, utilizado por el común de los mortales. Y de esta forma, leyendo, leyendo, me adentré en el mundo de los estudios hasta llegar a la universidad. Fue en aquella etapa cuando, además, descubrí el placer de leer literatura, para disfrutar, para conocer, para ampliar horizontes… Incorporé entonces un sucedáneo de la lectura, los libros hablados, así que empecé a llegar a la literatura a través de mis oídos. Es un buen sucedáneo. Se disfruta igualmente, y a falta de otra posibilidad, aceptando pulpo como animal de compañía, podemos asumir que es otra forma de ¿leer? Casi casi, pero NO. Solamente leyendo puedo saber que David Cibera no es una pareja: David y Bera. Aun con todo, las cintas magnetofónicas fueron un soporte insustituible para manejar los apuntes de la carrera de matemáticas que cursé en la Universidad Complutense de Madrid. Pero que yo necesitaba convertir todos aquellos apuntes a papel, lo que hacía pacientemente para poder estudiar las materias.
Los años iban pasando y la tecnología evolucionando. Tuve la gran suerte de disponer de un aparato que me permitía leer, esta vez sí, papeles impresos en tinta. Nunca se me dio demasiado bien, no alcancé gran velocidad, pero este aparato fue la puerta que me abrió una posibilidad profesional nunca antes conocida en nuestro país. Empecé a trabajar en una gran empresa informática; con este aparato leía la pantalla del ordenador.
Y la tecnología siguió evolucionando. Nuevas formas de apoyo para la lectura de la pantalla del ordenador irrumpieron en el mercado y se impusieron por su eficacia al primer aparato. Estos sistemas utilizaban, y siguen utilizando, la voz digital para que el texto de la pantalla pueda ser escuchado. Estamos como antes: no es leer pero, si funciona porque permite el manejo del ordenador, podemos asumirlo.
Pero hay tantos otros momentos, tantas otras situaciones de la vida cotidiana en las que es necesario leer: el nombre de un medicamento, el nombre del CD que quiero escuchar en mi equipo de música, el nombre de una lata de refresco que quiero tomar… ¿Vale la opción de escuchar para todas estas situaciones? No me parece. Creo que por muy bueno que sea el sistema alternativo, por mucho y bien que lo valoremos, por mucho que resuelva muchas situaciones, siempre será insuficiente; un sustitutivo más o menos válido, pero sin llegar nunca a ser intercambiable. Escuchar no es leer, sólo leer es leer, y quien no lea será un analfabeto funcional.
Y ahí está la tecnología, que si ha podido revolucionar las comunicaciones, hacer que nuestra sociedad haya cambiado tanto como para que, por ejemplo, sea posible que dos personas hablen, mientras se están viendo, estando cada una en un continente, no puede dejar de lado a un colectivo y privarle de leer. Debe aportar dispositivos que faciliten la lectura de una u otra forma, conectados al ordenador, de manera autónoma, conectados a un teléfono inteligente… pero leer. De hecho, disponemos de algunos dispositivos que sirven para ello, para leer con soporte informático, pero accesibles solamente a aquellos privilegiados que gozan de buena salud económica. Me salgo un tanto del objetivo de estas líneas al hablar de tecnología específica, de altos precios, justificándolos porque el mercado es pequeño, etc. etc., pero no puedo por menos de alzar mi voz para reivindicar la lectura: la auténtica lectura. Tendremos que luchar para vencer todos los obstáculos y dificultades hasta conseguir que toda persona ciega (¡uy, se me escapó!) tenga acceso a la lectura, en papel y en soporte informático. Bueno, no importa que se me haya escapado; a estas alturas, seguro que ya lo han descubierto, ya saben que soy una persona ciega. De pequeña tuve un resto visual, nunca muy grande, que me permitió enredar con revistas y tebeos de mis hermanos, pero hace ya más de quince años que vivo en la más absoluta oscuridad.
El braille es mi sistema de lectoescritura, sin el cual, además de perder parte del placer por la literatura, difícilmente hubiera podido estudiar matemáticas, inglés, italiano, música… y marcar mis CD, leer las medicinas y tantas otras cosas de la vida diaria; ¿qué haría yo en el súper sin mi lista de la compra en braille? Para leer utilizo mis dedos, el sentido del tacto es el que me sirve para la actividad de la lectura. El resto de formas de acceso a la información y a la literatura es útil, pero no es leer. Mientras escucho, alguien lee para mí: entona, marca sus acentos. Solamente leyendo yo, mi lectura es auténticamente mía.
Braille: sistema de lectoescritura para personas ciegas consistente en un código de puntos en relieve que representan letras.
OPTACON (Optical táctil converter): es un dispositivo que mediante una pequeña cámara reproduce en un relieve de puntos que vibran la imagen enfocada; si se enfoca una letra, reproduce dicha letra. Ha caído en desuso.
Lector de pantalla: programa que actúa entre el sistema operativo y la aplicación que se esté utilizando, word, por ejemplo, para dar voz al texto que puede leerse.
Línea braille: dispositivo que, controlado por un lector de pantalla, reproduce en braille texto que puede verse en la pantalla del ordenador.
Carmen Bonet
Licenciada en Matemáticas
Me encanta este blog, me encanta especialmente esta entrada. Gracias, Carmen, por compartir tu experiencia.