«Ogro», de Altea Cantarero.
La novela negra manchega es el género de moda.
Altea Cantarero es una escritora alicantina, aunque sus raíces están en tierras manchegas. Quizá por eso su debut literario, la novela negra Ogro, tiene como escenario la ciudad de Cuenca de los años 60. Una muestra del buen estado de forma del que goza este subgénero de la novela negra manchega, que sigue sumando títulos interesantes a su nómina.
Cuenca, años 60. Una monja aparece brutalmente asesinada en la capilla del colegio femenino donde ejerce como profesora. Su asesinato es, además, una burla sacrílega hacia la festividad de la Virgen Dolorosa, ya que el corazón de la religiosa aparece atravesado por siete puñales, al igual que el de la icónica imagen. La meticulosidad y la cuidada simbología que rodea a este crimen hacen temer a la policía que no sea sino el primero de una serie de asesinatos rituales. Los rumores no tardan en propagarse y pronto el pueblo bautiza al asesino como el «Ogro del Júcar».
Aunque sería perfectamente plausible, no se trata de una noticia verídica de la época, sino del comienzo de Ogro, un cuento de terror que supone el debut de Altea Cantarero en el siempre complicado género de la novela negra. «Ogro es mi primera novela, mi primogénita bebé literario. Me gusta jugar con las metáforas de gestar y parir, ¡son tan subyugadoras!», comenta la autora entre risas. «Ha supuesto una exploración alucinante en tantos aspectos. Ha sido la aurora, claro, el inicio de algo muy grande para mí, ese enrolarme, con todas las connotaciones de aventura, incertidumbre, tierra incógnita, de desarrollar desde habilidades técnicas hasta actitudes de carácter o costumbres nuevas, un desafío en todo, desde lo logístico a lo más inefable del proceso de escribir… En Ogro me he constituido como novelista».
Ogro es una historia muy llamativa, muy visual, con un comienzo absolutamente brutal y cautivador que engancha al lector sin remedio. Pero, muy probablemente, su característica más destacable es la ubicación que ha escogido Cantarero. La escritora es alicantina, aunque sus raíces se encuentran precisamente en la ciudad de Cuenca, razón por la que se ha decantado por este enclave como trasfondo de los hechos que narra. No se trata de un escenario que visitemos a menudo en este género, la verdad, pero es cierto que la novela negra manchega cada vez está pegando con más fuerza. No sé si ya está registrado el término, pero el noir manchego es una realidad y de las más interesantes del panorama nacional. Autoras como Almudena Navarro, África Crespo o la propia Altea Cantarero son dignísimas sucesoras del recordado Francisco García Pavón en esto de situar a La Mancha como escenario de trepidantes intrigas. Preguntarles a estas autoras por qué eligieron una localización que a priori podría sonar menos comercial supongo que será inmediatamente respondido con un contundente «¿Y por qué no?». Y tienen toda la razón. En el caso de Altea Cantarero, se trata de contar las historias que aprendió mediante la tradición oral de su familia, como se transmiten, al fin y al cabo, todas las historias que merecen la pena. «Quiero contar más allá. Rescatar, por ejemplo, las voces de niñas y adolescentes que vivieron entonces, testigos privilegiados en el libro, mujeres en ciernes ya con una agencia propia, cada una dentro de sus posibilidades, irreductibles y verdaderas protagonistas de la novela. En la atmósfera opresiva y a la vez conmovedora por momentos de ese internado de niñas, en la Cuenca franquista de mediados de los años 60, veremos cómo se desarrolla una historia a ratos de terror, a ratos de fiera sororidad y tierna camaradería, que desafía algunas de nuestras asunciones sobre la verdad o la lealtad. Destacaría también que Ogro es una novela muy coral, donde es difícil discernir un solo protagonista».
Desde luego, lo que parece claro es que Ogro es uno de esos títulos que aportan algo nuevo a su género, y que Altea Cantarero es un nombre, o pseudónimo más bien, que va a dar que hablar. Leer su primera novela ha sido realmente agradable, incluso diría que una delicia. Su prosa es de una calidad exquisita, igual que el léxico tan cuidado que emplea. Además, no escatima en detalles, en descripciones y en ingenio para ir introduciendo la escena, a los personajes e ir dándole forma a la historia. Como ella misma afirma, es un ejercicio casi mágico: «Escribir una novela es abrirse a un mundo nuevo de seres, relaciones, que antes no existía, que verá la luz para, después, en el más bello de los casos, poblar también el corazón de otras personas. Es alquimia, es magia negra de la buena».