Es curioso comprobar cómo las luces mediocres son las que producen sombras alargadas y opacas. Estas son las reflexiones que me asaltan mientras cabalgo a cuatro ruedas en busca de la ocupación que sufraga mis necesidades y me permite crecer.
Me explicaré. Solo las pequeñas luces nos hacen sombra. Solo envidiamos aquello que, pudiendo tener, no nos pertenece. Solo nos medimos con los talentos y cualidades comunes y pequeñas. Nadie envidia a Einstein, ni a Nadal; a ellos se les admira. Las grandes luces nos deslumbran; a veces, incluso, nos ciegan.
Sin embargo, son los pequeños éxitos y fortunas las que nos duelen; puesto que, por cercanas, rozan nuestro deseo y, por ajenas, nos parecen inmerecidas. Y ése es el defecto común a todas esas medallas que lucen pechos ajenos y a todas esas suertes que aparcan en vidas distintas: que no son nuestras.
En conclusión, solo lo mediocre se envidia; lo sublime y la excelencia, en cambio, se admiran. No sé si esta peculiar naturaleza dice algo a nuestro favor, pero sí que es absolutamente exclusiva de nuestra humana condición. Ningún perro admira al pájaro, pues está satisfecho de ser mamífero y no ave; ni una mosca envidia a la rana por muy larga que tenga la lengua. Puede que la admiración e incluso la envidia (mezquina siempre) puedan sembrar semillas de superación.

Mati Morata
Mati Morata
Colaboradora de esta Web en la sección
«Miradas con MatiZ»