«Almas de papel» o papeles con alma. Por Elena Marqués

 

El viernes 30 de mayo se presentó al mundo Almas de papel, de la madrileña Belén Rodríguez Quintero, una obra que me hubiera gustado escribir. Encabezados por la narración que le da título, donde el libro es el protagonista y la lectura se convierte en la razón de la existencia, sus 22 relatos son un viaje al centro del hombre, desde una superficie más amable donde los oficios, con sus mágicas cualidades, son hereditarios (véase «La pericia de la modista») hasta una reflexión profunda y pesimista de las hipócritas relaciones de amistad («Habitaciones ocultas»).

Su forma de contar es cautivadora y sus viajes no nos dejan indiferentes. La autora nos invita a enfrentarnos al mar sin límites de un cuadro o a recorrerlo entre encrespadas olas con un enigmático pescador; a subir a un metro alternativo donde se desarrollan alegres «Historias subterráneas» paralelas a las de esos viajeros grises que esperan en el andén equivocado. Qué lugar de encuentro es ese espacio, el de un vagón donde peligran los niños gordos al tiempo que una pareja establece su propio lenguaje de signos para acercarse a la puerta y llegar a su destino; y qué misterio esconde su paso por el apeadero solitario de algún pueblo menguante que se esconde en sus casas por miedo a desaparecer.

Pero no todos sus personajes se ocultan tras un lúcido coma que les hace ver la vida como es, con más claridad que para los que aún están tan vivos; no todos se desvanecen en «La Nada» como el vaho de un espejo o se marchitan en los jardines pudorosos de un sanatorio mental. Los hay que salen a la calle a pesar de que les atemoricen los seres de la noche y quienes, a pesar de no serlo, pretenden comportarse como un hombre normal.

En efecto, Almas de papel es un libro donde la magia y el sueño nos endulzan la realidad pero también un texto que nos ordena reflexionar sobre tantas cosas: la inconstancia del azar, la extrañeza de las relaciones humanas, la necesidad trágica de un lugar donde refugiarnos.

Plagado de símbolos clásicos donde el viaje es siempre el de la vida, este primer libro en solitario de Belén Rodríguez Quintero nos descubre a una gran narradora y una incansable observadora del mundo, aunque a veces lo falsee. Y no creo que lo haga porque le resulte insoportable, sino porque conserva los ojos privilegiados de los niños que sueñan despiertos, que en todo ven un juego, que creen que la literatura tiene su propia alma: un alma de papel y de palabras que explican, ocultan u olvidan a conveniencia del lector y según sus necesidades de ternura y afecto.

Elena Marqués

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