Siempre me he sentido en casa cuando he estado en Cataluña. Tengo familia, amigos, compañeros de trabajo, una colaboración muy especial con la gente hermosa que allí habita. Disfruto con su compañía, con sus costumbres, de su cordialidad y su ingenio e igual ocurre con otros familiares y amigos del País Vasco o Galicia, Navarra, Extremadura, por supuesto en Murcia que me acoge hace ya casi 30 años, o cualquier otra parte de nuestra geografía.
Escuchando esta pobre campaña electoral catalana, a veces siento vergüenza ajena, pena de tanta energía desperdiciada pero, sobre todo, me disgusta profundamente que esas patrañas terminen por lastimar de algún modo a un pueblo al que admiro desde que mi memoria me permite recordar.
Conozco catalanes de toda índole, incluso nacionalistas e independentistas que defienden el amor a la tierra a una distinta manera de pensar y lo hacen hablando de Cataluña en positivo, exponiendo sus argumentos que yo escucho con atención porque me parece legítimo tener aspiraciones y completamente natural que se hablen, se discutan y se promocionen.
Otra cosa bien distinta es que, para conseguir objetivos políticos, haya un grupo de mercenarios exaltados que centran toda su actividad en insultar, vilipendiar, difamar y herir constantemente al resto de españoles. Sus argumentos no son las bondades catalanas, sino la rabia y el odio irracional contra todo lo español, por eso les llamo antiespañoles. Se comportan como niños malcriados que siguen culpando de su pobre vida a una antigua bofetada que les dieron, con mejor o peor fortuna, y que siguen recriminando a sus fantasmas con la rabia y el odio visceral que sólo genera amargura, rencor y el deseo de una venganza sin sentido.
Está claro, para mí al menos, que ese grupo de antiespañoles, carroñeros y acomplejados, no van a conseguir que cambie mi opinión sobre el pueblo catalán, ni que diga jamás algo que pueda ofenderles o herirles por mucho que lo intenten y me da igual si algún día deciden ser independientes, porque, como digo, los catalanes son mi gente, los antiespañoles no.
A los antiespañoles les sirve cualquier bandera, intentan denostar la historia de los demás , se empeñan en herir e insultar porque es en el enfrentamiento donde pescan y se han convertido en indeseables que uno debe apartar de su camino, estén donde estén y vivan donde vivan, porque también hay que decirlo, están en muchas partes, no solo en Cataluña. Estamos cansados de aguantar a esa estupida jauría de impresentables sin fronteras rebosante de soberbia.
El único problema que tiene Cataluña, a mi entender, son esos antiespañoles, que quieren hacernos creer que ellos, así, insultando a los españoles, son más catalanes que nadie.
El pueblo catalán no se merecen la vergüenza y el daño que estos sujetos les están haciendo.
Muy bueno este artículo, Brujapiruja. Faltan voces semejantes para subrayar lo que a veces muchos olvidan.
IBEN
Gracias Iben, besos.
Totalmente de acuerdo. Esa parte de impresentables sólo han sabido sembrar odio hacia España y siempre con el mismo argumento, el de las mentiras. Han tirado de ellas en todo momento y circustancia: tanto en lo cultural como en lo económico. En lo histórico no hablemos, puro esperpento. Repiten tantas veces sus mentiras que terminan creyendoselas.
En fin, allá ellos. Pero lo tienen crudo si piensan que con la independencia podrían estar en la UE.
Quizá con Somalia podrían negociar algo.
Otro artículo que a pesar del tiempo tiene vigencia.
Yo,que vivo en Vizcaya, conozco bien el «antiespañolismo»; desgraciadamente y como bien apuntas, el odio arraiga en ciertos individuos escudados detrás de cualquier bandera a la que hacen flaco favor.
Hablan de autonomías y liberación sin entender que su problema deriva de una única esclavitud: la suya propia. Son esclavos del odio, de su soberbia, y son incapaces de entender que la Patria de uno se libera desde el respeto y desde la dignidad.
Las raices y la cultura no se imponen, deben ser símbolos honorables que contribuyan pacíficamente a representar a cada región.
El poder de un pueblo lo demuestra su capacidad de concordia y en ningún caso, el falso orgullo que se desprende de este tipo de agrupaciones.
Besos.