El amor en los tiempos del cólera
En lo que a una reseña de un libro se refiere o, en este caso, de una gran novela, se puede caer en la adulación de sus páginas y congraciarse del autor, y por eso mismo no ser imparcial. Pero no es éste el caso. Y más cuando hablamos de un titán de la Literatura hispanoamericana, como es, Gabo. No ya los pesos pesados de la historia de la literatura, sino una buena obra literaria lo merece: una reseña. Aunque por mi parte no soy muy propicio de esbozar alguna, o una distinción especial. Y no cabe dudas que una reseña será eminentemente subjetiva partiendo de las impresiones de un lector –lo que al mismo tiempo varía de uno a otro–. En algunas ocasiones, cuando no en casi todas ellas, hay un componente objetivo: que la obra esté bien escrita o no, y que tenga el morbo suficiente de atraer al público diverso; más nutritivo se hace todo ello cuando la obra en cuestión plantea tantas controversias como sea posible. Es, indiscutiblemente, El amor en los tiempos del cólera una de esas novelas que plantea muchas certezas, por eso hay que digerirla con pausa, con deliberada voluntad y, sobre todo, libre de prejuicios. Contra todo pronóstico al afirmar que dicha obra pueda o no sobrevivir al paso del tiempo, al menos sí su autor, la prosa de García Márquez –llena de frescura, de atmósferas, de belleza y de nitidez– no es fácil de tragar, o de hilvanar en la imaginación pero siempre hay excepciones que conforman su realismo mágico.
Y en este caso hay una singularidad entre las páginas y el lector, donde el Nobel colombiano nos hace partícipes involuntariamente de una historia de amor entre Fermina Daza y Florentino Ariza, envueltos en escollos, debilidades, flaquezas y resurgimientos que se prolongan a lo largo de más de sesenta años: un tiempo en el que ambos intentan rendir diferencias y similitudes, hallarse en concordancia para la complicidad y la servidumbre. Al menos en otras épocas era muy estrafalario que dos personas de distinta consideración social o económica tuvieran escarceos amatorios, algo tan escabroso que, por las costumbres sociales y la restringida vida de los pueblos, se lastra el derecho a descubrir intimidades ocultas en el hombre y en la mujer. Y en esa confluencia de sentimientos recónditos se entrelaza las dos caras indisolubles de la vida: la muerte y la supervivencia; en este caso del amor que gana y pierde, que enflaquece y se aviva y que se sobrepone a la enfermedad del cólera y al paso del tiempo. Una clara representación donde el ser humano espachurra sus pasiones, y donde se desgasta también a sí mismo cuando se deja llevar por vigorosos sentimientos. A la vez también su bagaje romántico se marchita con el transcurso de los años, porque por idiosincrasia todos los amores van perdiendo su inocencia, su naturalidad y sus vitaminas que, en sus albores, hacía de los estímulos un puro delirio extasiando a los amantes. En esa batalla que acacha a las vidas de Fermina Daza y Florentino Ariza, dos personas muy contrarias en necesidades, la trinchera de sus inquietudes los lleva a reinventarse, a desafiarse el uno al otro, incluso a asumir nuevas oportunidades donde están presente, también,el miedo a la incertidumbre, pero más todavía el miedo a no intentar nuevos desafíos.
El amor en los tiempos del cólera ha inspirado la película que lleva su homólogo título, dirigida por Mike Newel; Javier Bardem interpretando a Florentino Ariza; Giovana Mezzogio a Fermina Daza y Benjami Bratt al Doctor Juvenal Urbino. El film está ambientado en una época muy procaz y muy inquisitiva para quienes van en contra de las normas sociales. Y ése es el trasfondo que tiene la novela: la lucha del individuo contra la opresión ajena; ya sea hacia la sociedad o hacia los recuerdos perturbadores que nos trastocan la visión del presente y de nosotros mismos. Los mismos temas que igualmente obsesionan a García Márquez en Cien años de soledad y en El Coronel no tiene quien le escriba. Pero no sería ecuánime esta reseña sin destacar que El amor en los tiempos del cólera requiere una actitud libertaria para degustar sus páginas; la cual, además, puede desinteresar a muchos lectores por sus continuas alteraciones de tiempo, por sus abundantes saltos cualitativos en la narración que resulta a veces raudo para ubicarse en las líneas de los acontecimientos, especialmente por el abuso que hace Gabo del flash back que desorientan al lector en muchos casos. Quizás esta novela sea apropiada para un lector exigente, suscito y devorador de lecturas. Nadie sería capaz de leer esta obra si no tiene un fuerte arraigo a los clásicos que trasformaron el arte de la narración en una herramienta de revelación existencial; pero, el requisito primordial para leer una obra como ésta, con toda la complejidad que la caracteriza, es un incontenible amor por la palabra y el interés por la lengua. A diferencia de otros autores –y no es por comparar a García Márquez con nadie–, hay lecturas que despiertan una curiosidad para lectores selectos y cultos, de gran capacidad cognitiva o intelectiva; mientras que hay otras más llanas, más atrayentes para lectores, digamos, de tercer nivel, es decir, más elementales. Y García Márquez es uno de esos autores que rompen con los esquemas, idóneo para el lector de calle que para el lector refinado, porque seduce a cualquiera, y a cualquiera le hace fantasear por territorios y paisajes fuera de lo común, sin que tenga la intención de ser un moralista. En definitiva, es uno de esos libros que hay que convertirlo en un compañero de viaje con suficiente tranquilidad y tiempo para desmenuzar sus acontecimientos.
Luis Javier Fernández