Algunos se arman mucho lío con esto de la meditación. Han oído hablar de sus beneficios (contra el estrés, la enfermedad, la depresión…) Pero, ¿en qué consiste?
Pues simplemente en concentrarse serenamente, y sin hacer ningún sobresfuerzo, en alguna idea nueva, atractiva, sugerente. Una idea que, por sí sola, obligue a nuestro cerebro a modificar su ritmo acelerado por otro más pausado. De forma natural, la respiración se hace también más lenta.
Meditar es pensar en algo en lo que nunca habíamos pensado antes. Se produce cierta sensación de descubrimiento, de caer la cuenta de algo en lo que antes no habíamos reparado. Fisiológicamente se produce un cambio en el movimiento ocular, que se hace más sincronizado y suave. La mirada se vuelve más vaga o difusa y, por el contrario, si nos fijamos, los objetos que nos rodean se ven más nítidos y presentes.
Se puede meditar sobre conceptos e ideas muy abstractas, generales y profundas, o sobre palabras o imágenes sencillas.
Por ejemplo: El universo existe por sí mismo, no necesita de ninguna causa externa que lo cree, él es la causa inmanente de sí mismo. El universo no es el resultado de ninguna creación, sino emanación de su propia naturaleza. El universo es infinito, eterno, impersonal, perfecto y absolutamente consciente de sí mismo. Son ideas de Benito Espinosa.
Pero también: “Concepto” viene de “concebir”. La concepción consiste en la unión de dos sustancias vitales: algo de mí se une con algo de fuera. Pensar es concebir ideas nuevas. Hay ideas que nacen muertas y otras que nos vivifican. Hay que engendrar dentro de nosotros ideas fecundas. Para ello hay que tener “pasión” y “amor” por el conocimiento. Enamorarse de los conceptos claros y las ideas bellas.
No se puede meditar sin sentir. La energía que nos mueve y da vida es siempre una energía erótica. Por eso el verano es buen tiempo para meditar.
Santiago Tracón
(Foto: Ángela Trancón Galisteo)
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