«Desde el punto de vista de la literatura, mi destino es muy simple. Una inclinación a descubrir mi onírica vida interior ha desplazado al reino de lo accesorio todas las demás cosas, las cuales se han atrofiado de un modo horrible y no cesan de atrofiarse. Ninguna otra cosa podrá jamás contentarme. Ahora bien, mi fuerza para esa descripción no es de ningún modo previsible, quizá ya haya desaparecido para siempre, quizá vuelva todavía a mí alguna vez, las circunstancias de mi vida no son, desde luego, favorables. Así que vacilo, vuelvo incesantemente a la cima de la montaña, pero apenas puedo mantenerme un solo instante en lo alto. También otros vacilan, pero en las zonas más bajas, con fuerzas mayores que las mías; y si corren peligro de caerse, son sujetados por el pariente que con ese fin camina a su lado. Yo en cambio vacilo allá arriba: desgraciadamente no es la muerte, sino el eterno tormento de la agonía.»
Llegar a la cima de la creación y mantenerse es algo que supongo agobiará a quienes lanzan sus escritos hacia las cimas. Independientemente de su publicación y posible éxito literario. Estar contento con lo que se escribe debe ser estúpendo, imagino que casi tanto como la libertad que uno debe experimentar en la cima de cualquier montaña. En cierto modo el escritor es un alpinista que escala las montañas de las palabras. Encontrar la palabra precisa, como un clavo al que agarrarse hasta llegar a la cima, al cúlmen del cuento. Algunas veces, imagino la cima se presenta como el final perfecto. La novela perfecta, el cuento perfecto. En la cima parece que lo escrito es bueno. Lo malo, imagino es cuando relees y te das cuenta que la perfección no existe y todo lo escrito está lleno de aristas y recovecos. ¡Qué felicidad ha de sentir quien no vea eso en sus escritos y sea capaz de ver desde abajo, una vez concluído el trabajo, la perfección de la cima en su retina!. Espero ser capaz de experimentar eso algún día.
Brisne
Blog de la autora.