El pasado día 2 de abril asistí, en representación de Asociación Canal Literatura y con la acogida de la Embajada de Suecia en Madrid, a la presentación de El Diván del Príncipe de Emgión, de Gunnar Ekelöf, editado por Libros del Innombrable. Presentó el acto la escritora Clara Janés acompañando a Raúl Herrero, editor, Francisco Uriz, traductor, y Natalio Bayo, que se ha encargado de las ilustraciones. Se trata de la primera parte de una trilogía compuesta por tres poemarios, El diván del príncipe de Emgión (1965), La leyenda de Fatumeh (1966) y Guía para el Averno (1967), en la que el escritor sueco da rienda suelta a su literaria pasión por el Oriente y trata sus temas favoritos: la soledad, la marginación, el amor, la muerte y los sueños. Clara Janés confesó su fascinación por esta pieza que habrá leído “cuarenta o cincuenta veces”. Yo poco puedo decir del libro -al contrario de lo que es costumbre en este universo-, que aún no conozco, pero sí me gustaría transmitir algunas claves de la labor del traductor en la difusión de la cultura que Francisco Uriz mencionó durante el acto y con las que no puedo estar más de acuerdo.
Afirmaba sentirse como un náufrago que lanza mensajes en una botella; siente que su tarea es casi unilateral, de emisor, pero siempre confía en que esos mensajes (sus traducciones) que mete dentro de una botella lleguen a algún lector, en algún momento y en algún lugar. Porque “si en el mundo literario el traductor de poesía es un marginado, si además traduce lenguas de alcance restringido es el paria de los marginados”. Dice además que se considera un náufrago afortunado, porque sus mensajes han llegado, y agradece la implicación y la tarea de las pequeñas editoriales que sirven, en estos casos, de botella transportadora. Sus mensajes han llegado tan lejos que a nosotros nos ha traído a los principales poetas suecos (a los que de otro modo no podríamos leer muchos de nosotros) y a él le valieron, en 1995, el Premio Nacional de Traducción. Raúl Herrero agradeció la colaboración financiera de la Academia Sueca, un factor que resulta decisivo para el trabajo de las pequeñas editoriales. Natalio Bayo defiende la importancia del oficio en su especialidad, algo extrapolable a casi todas las profesiones, y habló de la importancia de ser versátil -también el traductor ha de serlo-, de su orgullo de “pintor” en el amplio sentido de la palabra y su animadversión por esa denominación descafeinada y equívoca de “artista” (“Hoy todos son artistas”).
Asistir a la presentación de un libro es siempre una ocasión importante. Sí, el mercado está saturado, se publica mucho, no podemos leer todo… pero también es importante mantener un acervo cultural y literario clásico y no dejar que caigan en el olvido ni obras ni autores que, ya sea por la época a la que han pertenecido o por que la lejanía cultural o geográfica, nos complica su conocimiento, o porque no pertenecen al mainstream literario están condenados al desconocimiento y sólo cuentan con estas iniciativas para seguir mostrándose a todos los públicos. Gunnar Ekelöf, del que esta autora no sabe nada, ocupó el sillón número 18 de la Academia Sueca, razón por la que no recibió un Nobel que, según la propia embajadora nos explicó, habría merecido tener.
Amelia Pérez de Villar