Todo padre sabe, o debería saber, que el mejor regalo que puede hacerle a su hijo es una infancia feliz. Al observar los ojos de un niño cuando le leemos un cuento, nadie discute que durante esos minutos en los que fantasía y corazón laten al mismo compás no precisa de otra cosa para llenar su vida. Es feliz.
Se dice que la primera regla para vivir es amar la vida. El niño que ha escuchado, primero, y leído, después, historias contadas en medio de un silencio devoto, alejado de cualquier ruido de fondo o algarabía mediáticos, amará su vida antes incluso de ser consciente de lo que se trae entre manos. Cuando nos mira y escucha acurrucado bajo el embozo de la cama —inmóvil, ojos brillantes, receptivos, curiosos, respiración contenida—, está disfrutando, sí, pero también completa el relato con su imaginación, lo dibuja en su cabeza. Y se le estará abriendo el apetito: nos pedirá otra ración para la noche siguiente. Seguirá así hasta que, con los años, la lectura se convierta para él en un hábito cotidiano, placentero y recoleto.
Lo primero que me llamó la atención de este libro fue el título, pues no hay mejor símil del silencio que la sensación que nos invade cerca de un buen fuego, donde la atmósfera cálida nos empuja a escuchar una historia y dejarnos llevar. Conozco la trayectoria literaria de Mar y su reconocido oficio para desplegar cuentos infantiles pulcros, piezas narrativas nítidas y bien trabadas, desnudas de artificios. Gotas de magia, destellos de ilusión con las que Mar nos protege ante la vida junto al desinhibido goce de sus tramas. Historias grandes para lectores pequeños, no me cabe duda que con atributos casi hipnotizadores para éstos.
Otra virtud del libro es incorporar en cada cuento un mensaje implícito —el valor asociado, como lo llama la autora— fácil de reconocer para un adulto, si bien a los más pequeños les calará en el alma casi sin advertirlo, igual que un chirimiri primaveral.
En el primer cuento, «Kity, la mariquita», se nos presenta a los protagonistas que van a aparecer como elementos conductores del libro: el mago Lumbrel, el mejor cuentacuentos del Bosque Azul, y sus amigos, el duendecillo Glïky y las cuatro ninfas: Eolina, Daphne, Samdra y Ondina. A través de ellos se nos subraya en esta primera entrega la importancia de guardar en el corazón recuerdos y emociones pasados, aquello que permanece aunque los demás cambien. «La Memoria de Tatú» nos habla de los miedos, pero también del respeto a los animales, con una perspectiva valientemente ecologista para tratarse de un cuento infantil. Es en el tercero, «Río y Pandora», donde de la mano —más bien de las patas— de estos dos lagomorfos asistimos a una curiosa transformación —me cuido mucho de desvelarla— que provoca una hermandad perpetua, mantenida hasta nuestros días. Durante las aventuras del globo Violeta y su amiga doña Nube, que piensan, sienten y hablan en el cuento «El Globo y la Nube», Mar nos desgrana una primorosa metáfora sobre la pervivencia y permanencia en la Naturaleza, vencedora al paso de los siglos. En definitiva, nos regala una alegoría de la inmortalidad. Por último, en la historia «Flora y Trompita» reaparecen los protagonistas iniciales y conocemos a Flora, la flor más bella del bosque, y a Trompita, el abejorro remolón. El mensaje se centra en la generosidad y la colaboración desinteresada entre amigos para llegar a sobrevivir.
Las anotaciones pedagógicas que cierran el libro constituyen un complemento ensayístico claro y directo, unos párrafos que nunca estará de más que conozcan padres y pedagogos si utilizan este texto como lectura para sus hijos o alumnos.
Albert Einstein afirmaba que la mente es como un paracaídas: si no se abre no sirve. Tal vez una manera eficaz de abrirla es seguir los sueños que conducen a la sabiduría de quienes nos precedieron. Cabe recordar que los niños sueñan cuando imaginan e imaginan cuando sueñan, y quien desde la infancia fomenta la imaginación saca con facilidad de la nada un mundo propio. Uno en el que predominen, entre otras cualidades dolorosamente escasas en la sociedad actual, el conocimiento, la amistad franca, el buen juicio, la lucidez, el talento discreto y la prudencia. El fuego de la lectura, prendido en la hoguera que nos cita Mar en este magnífico libro, puede y debe integrarse en dicha tarea.
Rafael Borrás Aviñó
Colaborador de Canal Literatura en la sección « Desde mi sillín»
Leyendo tu reseña me preguntaba: «Cómo es posible que, escribiendo tan bien y con tanta agudeza, se prodigue tan poco». Maravillosas letras las tuyas. Por favor, escribe que quiero leerte. Queremos.
Del libro te diré que lo incluyo en mi lista de regalos para Reyes.
Un abrazo y Feliz 2015
Mar, te deseo muchos éxitos con este libro tan apetitoso como unas buenas castañas asadas. Con Rafael presentándolo incluso supera a todas las castañas (y te lo dice una a la que le vuelven loca). Un abrazo.
Muchas gracias, Lola. Aunque en esta época es un poco complicado, lo de los éxitos, digo. Respecto a las castañas, uf… menos mal que las acompañas con su epíteto (como es de rigor) «asadas». Porque a mi padre también le encantaban, en aquel tiempo en el que las castañeras abundaban y no tenían que asarlas en triquini o en manga corta 😉 Pero también usaba la misma palabra, «castaña», para referirse a los libros que eran infumables :S Espero que, al menos en algunos corazones infantiles, se mantenga como «castaña asada», y tarde un poco más en churrascarse en la impía parrilla virtual.
Os dejo por aquí el enlace a mi blog: https://marsolana.blogspot.com.es/2015/01/el-cuentacuentos-gotas-de-magia.html#more; donde podéis ver las ilustraciones al tamaño que merecen o que le hace justicia.
Muchas gracias a todos por vuestra atención.
Y ti, Compi Querido, ya te dije en privado todo lo que quería decirte. No obstante, mi eterna gratitud, ya lo sabes, tío Grande.