Quizá no lo sepas todavía, pero ahora te vas a enterar de que aparte de las leyes morales hay otras, igual de poderosas, igual de válidas. ¿Cómo decirte?… ¿Lo sospechas ya? La gente corriente no es consciente de ello. Pero tú tienes que enterarte de que a las personas no solamente las atan las palabras, los juramentos y las promesas; y que ni siquiera son los sentimientos y las simpatías los que rigen las relaciones humanas. Hay algo diferente, una ley más severa, más dura, que determina si dos personas están ligadas o no… Esa ley fue la que estableció que yo tuviera que ver contigo. Yo conocía esa ley. La conocía incluso hace veinte años. Cuando te conocí, lo supe enseguida. No tiene ningún sentido que me haga el modesto. Es una ley dura. Atiéndeme. La ley de la vida dicta que acabemos lo que un día empezamos.
La ley de la vida de esta mujer desgraciada por el mismo hombre dos veces me lleva a plantearme muchas cosas. Primero que cuando uno lee éste relato, supongo, anda odiando al gachó que le hace eso a la pobre mujer. Engañada en su adolescencia y engañada en su madurez. En un momento, al final de la obra insinua que ese sacrificio solo lo entienden las mujeres. Y ¿quieren que les cuente una cosa? Yo no lo entiendo. ¿Ustedes sacrificarían la casa que es lo único que tienen por que hay que acabar lo que se empezó? ¿O por unos sobrinos que apenas conoce y que solo vuelven para reclamarle dinero?. No, yo no lo sacrificaría. Semejante sacrificio me resulta extraño, teatral, estúpido también. Es literatura.
Quizá es que el tiempo de Marai no sea mi tiempo, o mejor que el tiempo de Eszter no sea el mio, pero me temo que mi reacción ante tan «canallería» sería diferente. Nadie merece sacrificar el bienestar de un anciano. Ni siquiera un amor de juventud. Hay que acabar de otro modo lo que se empieza. ¿O no?. Leanlo, son unas poquitas páginas y cuenténme.
Brisne