De “La historia interminable” sólo recordaba que un niño volaba sobre un perro gigante, y la imagen terrorífica de la nada avanzando y borrando el mundo de la fantasía, que ahora veo que es el mundo de las ideas, del espíritu, del humanismo, del arte, de la civilización, de la decencia y de la vida que merece ser vivida, llámalo tú como tú quieras.
Había algo en esa destrucción que se quedó en lo más oscuro de mi sótano de las ideas, y era por algo. Al volver a verla, encuentro la explicación que da el monstruo Gmork al niño guerrero Atreyu de qué es la Nada y por qué él trabaja para ella. A quién sirve.
De pequeños no podíamos pillarlo. Y ahora es demasiado tarde. La nada ha ganado. Ya lo dijo Pessoa: “No soy nada, nunca seré nada, nunca podré querer ser nada, esto aparte tengo en mí todos los sueños del mundo”. Bueno, pues eso, pero sin sueños.
Nada de nada.
Tengo bastante calados a los gmorks que han destruido nuestro mundo, Houellebeq explca esto bastante bien, y sin embargo no veo a ningún Atreyu que pueda salvarnos. No veo salvación, desde luego, en estos jóvenes mansuetos que acabo de ver esta tarde “movilizarse” con sus bicis por Recoletos. Un día después de una huelga general fracasada, estos muchachos mileuristas o parados, estos estafados, van y toman la calle todos juntitos para montar en sus bicis. Algunos iban soplando un pito.
Luego dos canutitos y al sobre.
Somos muy modernos, sí. Nos creemos muy osados porque nos hace gracia cualquier idea que levante un palmo del fango. Llegó un día en que nos dio risa todo lo noble, decente, sublime o sagrado que quedaba en el mundo. Lo destruimos, o dejamos que otros lo destruyeran por nosotros, y nos abrazamos a la nada. Lo dimos todo a cambio de nada. Y nos montamos en bici.