En la perla veía cómo iban vestidos: Juana con un chal muy tieso por lo nuevo y una nueva falda, bajo cuyo borde Kino podía ver unos zapatos.
Todo estaba en la perla, que brillaba incesante con ricas imágenes de
ensueño.
Hemos leído en el club de lectura al que pertenezco el magnífico cuento de Steinbeck, La Perla. Basado en una leyenda mexicana, situado en La Paz, México en la baja California. En medio de una ciudad animalizada un joven mexicano, Kino, encuentra la perla del mundo. Una perla que le va a permitir, en principio, cambiar de vida. Porque la vida en esa ciudad es dura, su hijo Coyotito ha sufrido la picadura de un escorpión y no ha recibido ayuda porque es pobre. Es una ciudad dividida en dos estamentos, los blancos y los indígenas, éstos últimos como pobres que son, despreciados por los blancos.
La perla del mundo representa para Kino la posibilidad de cambiar su vida y la de los suyos. Ya se imagina a su hijo aprendiendo a leer y a su mujer ricamente vestida el día de su boda. Pero todos esos planes se truncan, la perla no deja de ser un cuento de la lechera, un haremos que al final se transforma en una música maligna que nace de la perla y lo envenena todo.
Pese al final anunciado a lo largo del cuento, la obra sorprende por los matices que guarda entre sus páginas. La referencia a la música que llena la obra, la hipocresía del médico y el cura, representantes ambos del mundo blanco tan dañino para el mundo indígena. Los tramperos que no quieren dar el dinero que vale la perla y la obstinación de Kino llevan a un final trágico. No es sólo que la riqueza sea una maldición es también que no puede cambiarse el statu quo, eso trae la ruina para Kino e incluso para su comunidad que se mueve como un animal y de la que no uno no puede salirse ni cambiar el paso.
Muchas reflexiones para un puñado de páginas. Leánlo, dejen sus ojos en el reflejo de una perla que guarda la vida en su interior.
Brisne
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