Yo, que desde que vi, hace años, la película “Cadena de favores”, me he dedicado, en mis ratos libres a estudiar el resultado causa-efecto, tanto de las causas positivas como de las negativas y, de igual manera, de las pequeñas cosas como de las grandes, cada día estoy más convencida de que nos tiramos piedras sobre nuestro propio tejado al no saber utilizar el inmenso potencial que tenemos, al desconocer cómo podríamos cambiar el mundo en general y nuestro propio mundo en particular, a mejor, por supuesto, si tuviésemos cuidado al elegir las palabras que decimos, si encamináramos nuestras energías, nuestras potencialidades en construir, en lugar de destruir, si pusiésemos la lupa en las cosas buenas que ocurren, porque ocurren, en lugar de hacerlo en las innumerables miserias de las que también es capaz el ser humano.
Decimos, los creyentes, que en el principio estaba la palabra. La palabra creadora, pero luego, apenas si somos conscientes del inmenso poder que ésta tiene. Sabemos que, en determinadas tribus primitivas, basta con que el chamán realice unas cuantas imprecaciones sobre alguien para que ese alguien caiga poco menos que fulminado en el instante. Sabemos, también, la cantidad considerable de nuevos gurús de la palabra que se han enriquecido de manera espectacular (cosa que me parece maravillosa), simplemente, contándonos las bondades, las posibilidades, la fuerza de la palabra.
Estamos al tanto -y a quien no lo esté lo pongo yo rápidamente- de la corriente psicológica llamad PNL, o sea, Programación Neuro Lingüística, consistente en estar al loro sobre lo que nos decimos a nosotros mismos y a los demás, es decir, borrar de nuestro disco duro aquella programación que lleve a sentirnos incapaces, deprimidos, heridos, menospreciados… en fin, a eliminar el piloto automático que pusimos en nuestras mentes hace mucho tiempo y a implantar nuevas palabras que nos conduzcan hasta estados infinitamente más saludables y felices, tanto para nosotros como para quienes nos rodean.
Bueno, pues… que todo esto viene a cuento porque hace unos días, cuando leí que una donación multiorgánica permitía realizar cuatro trasplantes en Nochevieja, me pareció que era una maravillosa forma de despedir el año. Y me propuse, en mi nueva lista de propósitos, intentar… al menos, intentar, utilizar el poder de la palabra para mostrarles a ustedes en mis artículos una pequeña fracción de esas inconmensurables acciones llenas de amor que, repartidas por “todo lo largo y ancho de este mundo” que decía en mi infancia aquel personaje televisivo llamado el Capitán Tan, suceden para prodigio y asombro del propio ser humano.
Ana Mª Tomás Olivares
Dama Literatura 2009
Blog de la autora