Es imposible amar algo ni odiar algo sin empezar por conocerlo.
Leonardo da Vinci
Nunca he ido a una corrida de toros. Reconozco que soy lega en el tema y, cuando oigo hablar a los entendidos, solo me queda escucharlos y sentir una pasión que no puedo compartir. Sé de antemano que ese desconocimiento me aleja de la comprensión de esta fiesta, así como de otras muchas cosas, menos cuestionadas, que tampoco entiendo ni comparto.
Hace años que en el chat que el Canal Literatura tiene en IRC-Hispano, escuchamos a defensores y detractores del rito taurino, y, aunque sólo sea leyendo a unos y a otros, se terminan percibiendo las dos posturas desde fuera, sin apasionamiento alguno, pero claramente.
Lo que se evidencia en general es que la mayoría de los detractores hablan desde el sentimiento primario de la compasión por un lado y la creencia de que ese sentir los hace mejores a la vista de los demás. Sin embargo, no tienen rubor alguno en reconocer que comen jamón, chuletones, pollo, pavo o lo que se tercie, incluso los hay que practican la pesca o la caza, por placer. Según ellos, es distinto porque el toreo tiene un componente sádico que no tiene el anzuelo de un pescador o la escopeta de un cazador ni los mataderos habituales ni los centros de investigación donde se martiriza «muy profesionalmente». Hacer un espectáculo de la muerte los aterra pero investigar cómo mueren otros animales, que ellos mismos degustan o sirven a sus propósitos, no les preocupa tanto porque, al menos, no se paga por verlo.
Los taurinos, por su parte, explican la historia de la fiesta, el arte que según ellos encierra, los pases y lo que es válido o no, según las normas. Porque hay normas, sí, muchas que yo tampoco conozco ni comprendo. Pero los antitaurinos no escuchan esas explicaciones, porque su horror no les permite razonamiento alguno sobre el tema. Por eso mismo, algunos pro-taurinos han pasado a utilizar otra estrategia, poner mensajes en medio de la conversación general como éstos: «¿Echarle limón a una ostra es maltrato animal?», «¿Elegir a un bogavante para que lo cuezan vivo delante de nosotros es maltrato animal?», y así infinitas variantes.
Frases como esta: «El «pase de pecho» es el complemento del pase natural. Así como suelto, preparado y porfiado es un pase cualquiera, sin valor de técnica y sin eficacia; ligado con el natural es grandioso», a mí me dejan en la más absoluta indiferencia, pero cuando veo asentir a otros contertulios y añadir sus comentarios sobre la suerte de varas, el «afarolado», «la verónica», «la suerte del perdón» y tantas otras, al menos yo deduzco que hay un sustrato de conocimiento que se me escapa.
Es verdad que en nuestras conversaciones no hemos mezclado temas políticos. Los cotra-todo no son patrimonio de nadie; los antitabaco, antitaurinos, antiabortistas, antiviolencia, antiglobalización y los antiespañoles viven por toda la geografía. Y se sigue fumando, toreando, abortando, matando, globalizando y españoleando en todo el mundo. Prohibir aumenta curiosamente el interés por lo prohibido para el ser humano.
Estamos viviendo un tiempo donde el sentimentalismo más primario prevalece, lo que en un post anterior llamaba «sensibilidades», que vienen a ser como las terminaciones nerviosas termosensibles de la piel; cuando algo te quema, el sistema nervioso responde con un impulso para retirar la mano de la fuente de calor a través de un «arco reflejo» que escapa al control voluntario del individuo y a los procesos mentales superiores y por tanto al conocimiento.
No creo que se deba opinar sin elementos de juicio, unos no alcanzamos a ver en el ruedo más allá de un animal que sufre y un torero que se expone, pero es evidente que hay quien ve mucho más y por tanto siente de otra manera. Por eso, en este caso, soy incapaz de valorar la decisión de prohibir una fiesta minoritaria, pero sí soy capaz de percibir que se están imponiendo unas «sensibilidades» a otras sobre la base a un buenismo claramente irracional y simplista. Se zanja el tema con pocas palabras: Los «buenos y sensibles» se imponen a los «malos sin sensibilidad».
Ojalá fuera así de simple. Ni es tan blanco, ni tan negro.
El conocimiento y la libertad son los únicos que sangran a borbotones sin nadie que los defienda.
Brujapiruja
Esplèndido artìculo Luìsa, suscribo tus palabras una a una.
Un abrazo