“La soledad de los ventrílocuos”. Matías Candeira.
Tropo editores.
Pocos autores hacen su entrada en el mundo de las letras con obras del calado de La soledad de los ventrílocuos. Este libro es una colección de catorce relatos de marcado aliento poético, en su mayoría desarrollados en ambientaciones oníricas o en mundos que podrían considerarse próximos al surrealismo, pero que en realidad son la muestra de que el escritor posee un universo propio. Es el caso de “Flores, señor…” o del cuento que da nombre al volumen, en el cual los dos personajes mantienen una conversación absurda que recuerda a ciertas piezas teatrales de Beckett o Jarry y que, sin embargo, tiene el sello personal de Candeira, con esos diálogos precisos y verosímiles que iremos encontrando a lo largo del libro.
Son muchas las influencias ilustres que pueden rastrearse en estos cuentos, tanto literarias como cinematográficas (extraordinaria esa mano de “Un trozo de otra mujer”), aunque ninguna llega a ser tan manifiesta como para ahogar la voz del autor. Así pues, el magisterio de Cortázar o Eloy Tizón sobrevuela relatos tan intensos y originales como “Insectos” o “Al final de Sara”, éste último uno de los mejores del conjunto, y en el que Candeira logra que un agujero en el vientre de una mujer cante boleros y nos emocione igual que al narrador. Con todo, y a pesar de la imaginación que rebosan los textos, quizá sea la capacidad de crear imágenes el rasgo más destacado del libro. “Fuegos en la oscuridad”, por citar un ejemplo, es una concatenación de metáforas de una potencia visual realmente impactante, igual que sucede con la descripción física del comprador de cabezas de “Los que esperan”, un cuento de atmósfera muy conseguida.
La colección alterna cuentos de extensión mediana, un relato que podría considerarse una novela corta (“La segunda vida”) y otros de apenas dos páginas, pero ni siquiera en los textos más breves desciende el nivel, como demuestran esas dos piezas magníficas de humor tituladas “Jugar” y “Todas las posibilidades”. Por cierto, el libro no podía tener mejor cierre que “El hombre en el barreño”, un relato de una sensibilidad extraordinaria. Apunten el nombre de Matías Candeira para un futuro inmediato.
Gonzalo Gómez Montoro
Semanario Ababol