En agosto de 2013, Moritz Erhardt, de veintiún años y ejecutivo de banca internacional, murió de un infarto en la ducha después de trabajar tres días seguidos sin dormir. Erhardt era uno de los muchos jóvenes que competían por encontrar su lugar entre los que en Estados Unidos llaman «amos del universo», es decir, empleados de entidades financieras que a los treinta años ganan fortunas y viajan en avión privado. En su momento, la noticia fue muy comentada; luego, como tantas, cayó en el olvido. Se trataba de un caso claro de karōshi, palabra japonesa que significa muerte por trabajar hasta la extenuación. Cuento todo esto porque hace tiempo que me llama la atención el abuso que hacen ciertas empresas con respecto a sus empleados. Es práctica común y aceptada que un joven que quiere abrirse camino en el mundo de las finanzas, además de cumplir su jornada laboral, debe trabajar otras cuatro o cinco horas gratis. No es infrecuente que estas jornadas se alarguen hasta altas horas de la madrugada. Nadie los obliga a quedarse, obviamente todo es más sutil, pero el que no lo hace no solo no prospera sino que es mirado con desdén por sus compañeros de trabajo. Los periódicos estos días se han hecho eco de la cantidad de horas no retribuidas que un trabajador lleva a cabo en España. Se calcula que cada semana del año 2015 se trabajaron una media de 3,5 millones de horas fuera de la jornada laboral sin retribución. También se sabe que no se abonaron la mitad de todas las horas extra. Ahora ya no estamos hablando de yuppies que quieren medrar y convertirse en amos del universo con sueldos siderales. Hablamos de trabajadores de sectores tan dispares como la hostelería, el comercio, la sanidad, las ventas, el periodismo, etcétera. La crisis trajo no solo la pérdida de millones de puestos de trabajo, sino también un tenue y perverso modo de aprovecharse de la situación. Con tal de no perder su empleo, un periodista, por ejemplo, estaba dispuesto a trabajar gratis. «¿Qué más quieres? El que no publica no existe, así que date con un canto en los dientes. Esto es como el circo, si tú no estás dispuesto, llamamos a otro payaso».
La crisis trajo no solo la pérdida de millones de puestos de trabajo, sino también un tenue y perverso modo de aprovecharse de la situación.
Era el comentario típico en este ramo. En el sector de los servicios, ocurría –y ocurre– tres cuartos de lo mismo. Se trabajan varias horas gratis porque hay tanta gente para un mismo puesto que, si no, llaman a otro. Juegan por tanto no solo con el miedo del trabajador a perder su empleo, sino que han conseguido que se establezca una santa omertá o ley del silencio. Ni los ejecutivos jóvenes (o no tan jóvenes), que salen de trabajar a las cuatro de la madrugada, ni trabajadores menos cualificados se quejan. En el caso de los primeros, se ha conseguido instaurar la creencia de que esta forma de explotación es una especie de rito de pasaje, un peaje que han de pagar para demostrar que son dignos de convertirse en grandes directivos. En cuanto a los trabajadores menos cualificados, se dicen a sí mismos que mejor mal pagados y haciendo horas gratis que los lunes al sol… ¿Existe alguna manera de romper este círculo perverso, esta situación que recuerda más a la Europa de Dickens o de Balzac que a la de las libertades y los derechos ganados con tanto esfuerzo? Sorprende ver cómo estamos viviendo una nueva forma de proletarización de la sociedad. Las deslocalizaciones son una espada de Damocles que pende sobre muchos trabajadores. Es tan fácil cerrar una empresa y abrirla en otro país con menos exigencias laborales que los trabajadores hacen cualquier cosa para evitar que se vaya. Yo no sé qué puede
hacerse al respecto, pero sí sé que hay que romper el círculo de silencio que se ha instaurado en torno a estos fenómenos sociales. Les dejo solo un dato. En 2008, cuando empezó la crisis, los 3,6 millones de horas que se hicieron sin cobrar suponían el 39 % de las horas totales. En 2015 ese porcentaje fue del 55,6 %, es decir, que más de la mitad del trabajo extra no fue cobrado. Da igual que sea una persona con expediente académico brillante o un trabajador sin cualificar, la frase se cumple inexorable: Esto es el circo y, si tú no estás dispuesto, llamamos a otro payaso.
Carmen Posadas
«La crisis trajo no solo la pérdida de millones de puestos de trabajo, sino también un tenue y perverso modo de aprovecha de la situación». Gran verdad que afecta a todos los sectores cualificados o no. Y lo más preocupante es ver como los jóvenes tienen asumido que deben trabajar lo que les pida «el jefe» si quieren ser algo en la empresa. Aluciné cuando mi hija, estudiante de doble licenciatura — se le supone inteligencia—, fue a un despacho de fama y prestigio para unas prácticas y vino muy convencida de lo importante que es estar disponible el tiempo que la requieran y, por supuesto, qué era eso de trabajar ocho horas, de eso nada; sino diez, doce, catorce o las que haga falta.
Nada de lo conquistado debemos darlo por seguro y para siempre.
Me ha encantado el artículo, enhorabuena.
En mi trabajo diario, asisto con vergüenza ajena al desfile de trabajadores estafados por sus jefes, que les obligan sutil o descaradamente a realizar horas extras no retribuidas. Como dices, siempre se encuentra a otro payaso si no estás dispuesto a esta burla de los derechos conquistados por los trabajadores. A pesar de las denuncias ante la Inspección de Trabajo, el panorama no cambia, porque el empresario es animal camaleónico en muchos casos-ojo, no estoy generalizando- y paga la sanción o las horas extras por imposición de un juez, o despide a los trabajadores denunciantes y cierra la empresa y abre otra con distinto nombre a la vuelta de la esquina. Te cuento una anécdota ilustrativa de la ignorancia o el descaro de algunos empresarios: en una inspección de trabajo a una empresa, el inspector comunicó al empresario que sus trabajadores a tiempo parcial estaban trabajando más horas de las legales por la mañana. Claro, contestó, a tiempo parcial, es que no vienen por las tardes.
Estupendo artículo, Carmen.