El verano es buen momento para meditar. Con sosiego, sin agobios, sin prisas. ¿Pero qué es meditar?
En primer lugar, no es una cuestión de esfuerzo. El esfuerzo tiene que ver con la tensión muscular, la resistencia. La meditación, con la relajación y la fluidez.
Meditar es ser consciente de los pensamientos. Depende de la atención.
La atención, a su vez, depende de la energía. Atender es concentrar energía: unificar las ondas de energía que recorren nuestro cuerpo.
Nuestro cerebro trabaja sólo con un 10% de estímulos exteriores, los que proporcionan los sentidos. El 90% restante lo hace con estímulos interiores: con las imágenes, los pensamientos, los conceptos y los recuerdos que guardan los circuitos cerebrales en las distintas zonas del cerebro.
Buda dijo: “Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado”.
Meditar es hacernos conscientes de lo que pensamos.
Intentamos lo que pensamos. Si tenemos un pensamiento negativo, eso es lo que intentamos.
Intentar es canalizar nuestra energía, a partir de la atención, hacia eso en que estamos pensando.
Un pensamiento negativo es aquel que provoca miedo, tensión, enfado, desánimo.
Los pensamientos negativos no se alejan de nuestra mente y nuestro cuerpo combatiendo contra ellos. Si luchas contra ellos les están prestando atención, energía, con lo que esos pensamientos se refuerzan y fortalecen.
Los pensamientos negativos se desactivan dejándolos fluir, observándolos desde fuera, siendo conscientes de que se almacenan en los músculos, en la zona interna de los músculos.
Los pensamientos influyen directamente sobre los neurotransmisores, las hormonas, toda la bioquímica de nuestro organismo.
Pensar es una actividad tan constante y necesaria como respirar. Si respiras aire tóxico, enfermas. Si respiras pensamientos negativos, te intoxicas, enfermas.
Los pensamientos se enganchan unos a otros, forman cadenas. Los pensamientos negativos son pesadas cadenas que nos atamos a los pies y el cuello, como grilletes.
Meditar no es esforzarse por poner la mente en blanco, sino intentar parar los pensamientos automáticos. Es dejar de hablar con uno mismo.
Si dejas de hablar contigo mismo, ese 90% de actividad autorrefleja se va invirtiendo poco a poco, mientras el otro 10% crece, se expande hasta descubrir que hay más, mucho más ahí fuera, y más interesante, que todo lo que obsesivamente almacenas dentro.
Quizás frente al mar, sentados en una roca, y solos…
Santiago Trancón