Hay en Saltitos relatos para todos los gustos y para todos los lectores, todos con el buen hacer que hace mucho demuestra Manuel de Mágina, y voces autorizadas habrá que confirmen la calidad de este pequeño (por escaso, te quedas con ganas de mucho más) libro. Pero son tan variados en forma y contenido que creo que cada lector va a encontrar el suyo, aquel con el que sentirse más identificado.
Yo me quedo, sin duda, con «El pájaro guitarra». Lo supe al empezarlo, lo confirmé según iba leyendo. Quizá –lectores/juntaletras, siempre metiendo baza– no habría sido capaz de dejar ese final entre triste e irónico (Manuel no deja muchos resquicios para finales tontamente felices), pero, por todo lo demás, lo encuentro tan delicioso… Lo imaginativo de la historia, la filigrana del lenguaje, el dibujo de los distintos personajes, la ambientación y la sucesión de los hechos, todo está encajado con habilidad e inteligencia. La descripción de la música es tan buena que hace sentirla físicamente, así como la relación del músico con su instrumento, una relación sugerente y muy metafórica. Hay, incluso, una parte de «instalación», al principio del relato, que funciona a su vez como instalación del lector en los hechos, perfecta.
En cuanto al sentido de lo que cuenta, a lo que me dice además de lo que leo, creo que, al hacer cada lector suya la historia, le encuentra sus propios ensamblajes. Yo adapto sus metáforas a mi conveniencia, y probablemente me separe de la intención del autor. Por ahí encuentro que habla de libertad, y habla de amor y soledad, y habla del carácter y de la responsabilidad. Entiendo que habla de crecer, defenderse y luchar. Y de que no todo es lo que parece (ésa es, para mí, la magia de «El pájaro guitarra»). Todos los personajes están cuidados, dicen algo y son importantes, y me asombra la destreza con la que está descrita su forma de ser, o casi más «de estar» o «de explicarse», de darse sentido. Con y sin palabras. Tanto en un relato breve.
Creo que lo que más me gusta de este relato es que no aprieta, que es cálido y suave, muy, muy bonito y ajustado, pero deja margen a las interpretaciones y a los sueños del lector. Permite terminar (despertar) y poder volver a empezarlo, y esa es la magia de la buena escritura, que te abra los ojos, la mente. Los brazos y los sueños. Precioso, Manuel.
Dies Irae
Sé que hablas con sinceridad, con honestidad, de lo que te ha suscitado la lectura, lo cual hace especialmente valioso para mí este comentario. Gracias, Cristina.
Por otra parte, tu interpretación del relato es tan válida como la que yo haya querido trasmitir. La mía es solo una más.
Un gran abrazo.