Dos casas tenía yo ganas de conocer algún día: la de Pablo Neruda en Isla Negra, y la de Jorge Manrique en Lanzarote. De ambas tenía recortados artículos de periódicos donde venían las fotos. Eran como el sueño de unos habitantes intrépidos. Aquellas hojas las conservé conmigo como si fueran tesoros: en esas casas, unas personas habían puesto sus mejores logros. No supe luego en qué momento de mi vida dejé de verlas, en qué mudanza se perdieron aquellos papeles del color de la cera por el paso del tiempo. Pero un imprevisto viaje nos llevó a Ernesto y a mí, hace poco tiempo a Chile. Y desde Santiago ir a Isla Negra era poco camino como para dejar de cumplir un viejo deseo.
Después como si no nos alcanzara con ver su casa preferida, la casa de Isla Negra, también fuimos a ver la casa de Valparaíso y la de Santiago.
Para conocerlas bien, para recordar cada objeto, los pequeños detalles, uno debería estar allí toda la vida y aún así, no alcanzaría: colecciones de barcos, de caracolas, de copas de colores, de disfraces… Pero no sólo están las cosas que dan sentido a las vidas, que las llenan con su presencia, que se hacen amar incluso… También está el recuerdo a las personas que pasaron por su lado, a los amigos poetas muertos, e incluso las fotos de Walt Whitman, poeta al que nunca dejó de admirar.
En estas casas de Pablo Neruda, las mesas con sus impolutas vajillas continúan esperando a comensales que ya nunca llegarán. Acaso ellas no sepan que se han convertido en museos. Acaso digo, porque el poeta sabía que las puertas eran como alas… Y quien sabe esto, sabe mucho de las casas, siempre vivas.
Isla Negra, nombre que el poeta le dio al lugar, pero que no existe en los mapas, es ahora la Isla de los turistas, quienes con sus cámaras digitales intentan atrapar el tiempo pasado y hacerlo un poco suyo, mientras los pajarillos, jugando entre los pinares, cercanos nos recuerdan los versos del poeta.
HOMENAJE A PABLO NERUDA EN ISLA NEGRA
Yo recorrí las casas de Neruda, las subí y bajé de piso en piso, y me sentí como una caracola que lleva y trae el mar llena de espumas, como si la orilla nunca fuese a ser la mía.
Yo fui por la Isla Negra con el recuerdo en la mente de lo que vería, y volví sin saber lo que había visto, porque se me quedó el mar entre las manos mezclado con el cielo, y la arena clavada a los zapatos.
Cantaban las gaviotas sobre mi cabeza como faros reclamando lo que es suyo: la piedra y la espuma de las olas. Y ondeaban las banderas…
Fui una visitante más, un mascarón de proa en aquella sala surcando embravecidos mares o sonriendo ante radiantes soles. Mi rostro asintió cuando la guía dijo: «Ninguna foto» Y sumisos continuamos recorriendo el laberinto de objetos traídos de otras tierras.
Ese día, no estaba Pablo para mirar el mar. Sólo estábamos nosotros… Abrimos uno de los libros que llevamos y leímos en voz alta sus poemas… Porque uno nunca puede saber si volverá a Isla Negra, cuando es Isla Negra la que se ha marchado, y aquello que queda allí es una réplica de un lugar que acaso existió en un sueño…
Suena con el viento de la tarde la campana sobre una quieta barca. Se abren y se cierran las puertas como alas por el vendaval de los turistas… La casa sigue estando viva.
Y en los pinares cercanos, los pájaros, como el poeta quería continúan bajando de rama en rama el día.
Pilar Alberdi
Foto: Ernesto Fernández
Blog de la autora
Comprendo absolutamente bien tu sensación y la comparto. Yo también he conocido las casas de Neruda, sobre todo la de Isla Negra, y puedo asegurar que toda la emoción es dificil de explicar. No se puede razonar con una sombra, no se puede entender el significado que tiene para un artista tan humano como formidable la percepción de la belleza. Pero sin embargo lo comprendes sin poder explicarlo. Para la casa de Isla Negra, no solo su localización, el lugar, un paraíso a medio camino entre el cielo y el infierno, sino la propia construción, al que taz vez el nombre de CASA le venga grande y el de Museo no pueda ser aceptado. Todo allí, desde la galería de fotos de amigos hasta la disposición de los muebles que en nuestra casa parecería que están dejados allí de cualquier forma, guarda una relación perfecta de equilibrio y belleza, de sombra y luz, de tierra y aire en su justa medida. Y al lado el mar, la playa de arena negra… y la voz de Neruda. Parece que se escucha entre el oleaje, recitando me gusta cuando callas porque estás como ausente…
(perdona que me he dejado llevar. Me he emocionado con tu texto y no he podido evitarlo) Te agradezco esta oportunidad.