Datos del libro:
Título: Viajar. Ensayos sobre viajes
Autor: Robert Louis Stevenson
Traductora: Amelia Pérez de Villar
Editorial: Páginas de espuma, Voces/Ensayo
n.º de páginas: 472
Todos conocemos al Robert Louis Stevenson de La isla del tesoro y El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde, y lo relacionamos con las primeras novelas de aventuras que leímos en nuestra juventud y aquella otra, mucho más profunda y conmovedora, que nos enfrentó al conflicto interior del ser humano, la batalla permanente entre el bien y el mal en que el individuo se debate. Ambas son historias interesantes, que nos transportan, casi tanto como los fragmentos que se recogen en este libro, mitad ensayístico mitad representativo de ese atractivo género de la literatura de viajes, en el que el autor nos sumerge en paisajes variados de su Escocia natal, desde el Edimburgo oscuro y de horrible clima donde nació y creció entre edificios a punto de desmoronarse a los campos aledaños, siempre verdes y ondulantes, de sus pueblos más próximos.
Pero el recorrido que ordena para nosotros la editorial Páginas de Espuma, en su encomiable empeño por recuperar la faceta ensayística de uno de los escritores de habla inglesa más brillantes del siglo XIX, no se presenta como un vagar azaroso. En primer término se nos plantean sus viajes iniciáticos, que no fueron sino los literarios, desde los textos airados de la Biblia a los héroes escoceses y los versos de Whitman, y nos describe sus lecturas inaugurales de la mano de su niñera Cummy y, con ellas, el feliz descubrimiento de otros mundos más allá de las paredes estrechas de su casa. En tales reflexiones ya nos ofrece un criterio formado y serio, que aún se mantiene cuando delibera sobre la variedad de paisajes que los médicos recomiendan para la sanación de enfermedades. Teniendo en cuenta que el joven Stevenson nunca gozó de buena salud, es bastante lógico que la diatriba entre campo, playa y montaña le merezca un capítulo aparte.
Y, una vez que sale de Escocia, los paisajes se humanizan y se pueblan de personajes variopintos. Así, nos muestra la vida en una posada plagada de pintores en los hermosos campos de Francia, los viajes a pie en busca de horizontes que plasmar en el lienzo, pequeños diálogos y retazos de conversaciones frente a un fuego acogedor y una comida sencilla y exquisita. Porque el escritor, que reflexiona desde el principio sobre las concomitancias entre vida y arte, sobre cómo es a veces la segunda quien nos hace comprender e interpretar a la primera, es capaz, con solo la herramienta de la palabra, de introducirnos en cada bosque que atraviesa, y tocarnos todos nuestros sentidos, de manera que, al cerrar el libro, dudamos si no habremos estado allí, bajo las mismas ramas y entre los mismos vientos y humedades, sorteando de su mano los charcos y compartiendo su mesa y sus paseos.
Y si en una primera parte, después de recorrer buena parte de Europa con interés analítico, hemos disfrutado de sus descripciones cuasi costumbristas, al embarcar rumbo a América y ponerse en la piel de los primeros emigrantes al Nuevo Continente encontramos al Stevenson más observador y, a la vez, más fresco. Nos dibuja un viaje trasatlántico con todo lujo de detalles, fijándose en las diferencias entre los pabellones de primera y los de tercera, las incomodidades y estrecheces de los camarotes, la bazofia que sirven por comida, los juegos en la cubierta para matar el tiempo, la tripulación, poco dada a facilitar las cosas…; todo ello en un tono donde no faltan el humor y la ironía más inteligentes. Y, por supuesto, un análisis psicológico nada desdeñable.
Pero el viaje no se completa hasta que, esta vez empleando el ferrocarril, atraviesa todo el continente y descubre la grandeza de un paisaje exagerado, de grandes llanuras, de desiertos, de montañas rocosas, de amaneceres naranjas y atardeceres que solo pueden significar un nuevo comienzo.
Por eso me gustaría dejaros con las palabras que cierran el hermoso recorrido, pues creo que ellas os conducirán inevitablemente a su lectura:
El aire parecía despertar, y comenzó a brillar, cuando de pronto, las altas colinas que descubrió el Titán y la ciudad de San Francisco, y la bahía de oro y maíz, todas se iluminaron de punta a punta con la luz diurna del verano.
Elena Marqués
Artículo aparecido en la revista Aldaba, n.º 26, pp. 66-67.
Siempre me ha encantado la literatura de viajes, por lo que este libro pronto caerá en mis manos. Muchas gracias por la reseña tan bien hecha.