Alberto Caeiro, el guardián de rebaños: hoy se cumplen 102 años del nacimiento de uno de los heterónimos más importantes de Fernando Pessoa. Por Ángel Silvelo

Refugiado en la soledad de su habitación, rodeado apenas por una cama, un armario, una silla y una mesa en la que escribía noche sí, noche también, y, justo a su lado, su famoso arcón, donde iba a parar todo aquello que su mente transcribía en un papel. Así transcurría aquella noche del 8 de marzo de 1914 en Lisboa, una fecha que para la historia de la literatura estará unida al nacimiento de Alberto Caeiro, el origen de los heterónimos de Fernando Pessoa o la epifanía de su drama em gente, tal y como nos apunta Carlos Clementson en la antología poética de Fernando Pessoa titulada Los dioses perdidos, y que el propio antólogo y traductor nos narra así: «Un día, cuando finalmente ya había desistido —fue el 8 de marzo de 1914—, me acerqué a una cómoda alta y, tomando unos cuantos papeles, comencé a escribir de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas seguidos, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no podía definir. Fue el día triunfal de mi vida, y nunca podré tener otro igual. Comencé con un título «El guardián de rebaños». Y lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, al que de inmediato llamé Alberto Caeiro».

Éste, que transcribo a continuación, es uno de esos poemas, en concreto, el número treinta y nueve:

XXXIX

El misterio de las cosas, ¿dónde está?

¿Dónde está que no aparece

PESSOA DIBUJO II

por lo menos para mostrarnos que se trata de un misterio?

¿Qué sabe el río de eso y qué sabe el árbol?

Y yo, que no soy más que ellos, ¿qué sé de todo eso?

Siempre que miro a las cosas y pienso en lo que los hombre piensan de ellas,

me río como un arroyo que resuena fresco entre las piedras.

Porque el único sentido oculto de las cosas

es que no tienen ningún sentido oculto.

Y más extraño que todas las extrañezas

y que los sueños de todos los poetas

y los pensamientos de todos los filósofos

es que las cosas sean realmente lo que parecen ser

Y no haya nada que comprender en ellas.

Sí, he aquí lo que mis sentidos aprendieron solos:

las cosas no tienen significación, tienen existencia.

Las cosas son el único sentido oculto de las cosas.

 

Poema de Alberto Caeiro traducido por Carlos Clementson

Ángel Silvelo

Blog del autor

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *