Entonces, acontecerá:
brillará la luna cual pájaro encendido;
todos los cristales de la arena
circundarán su forma en una argolla;
la constelación mayor y las nebulosas
hablarán su firmamento por mi boca.
Me beberás en una copa,
en un clamor espiritual de cielo,
en un jardín celeste hacia tus párpados trenzados.
Y un anillo te desposará
como a una lila en la grana descubierta.
Pediré el agua, el reposo, la fragancia.
Te daré mis polvos, las fibras, los metales,
la desencadenada tundra de la altura.
Hablaremos juntos por encima de la noche,
tú y yo como verdugos de la tierra,
arrasando cráteres con labios en racimos,
trepándonos en ríos volátiles
que iremos seduciendo con nuestras maravillas.
Entre las hojas, la hoguera nuestra
levitará intempestivamente.
Juntos, los nudos de un árbol nos apiñarán
para ser su fruto al día.
Y tú serás mi esposa: nueva, inconfundible,
la luz en minería.
Un mapa lleno de ojos te clavará la vista;
y los míos, a tus ojos, le pedirán tu vida
para entregarte, a cambio, mi escala de alegría.
Te llamaré: mi esposa, sollozo y agonía.
Y un beso nuestro, irrepetible,
será el cuerpo dándonos la vida.
En la nieve, el blanco, golpeará el cobre
con nuevas campanillas,
y tú verterás las copas cruzando biografías
para que yo te nombre el sol de galería.
Mí ojos, a tus ojos, le pedirán tu vida.
Y te llamaré: mi esposa… mujer de mi alegría.
Salvador Pliego
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