Ausencia
La ausencia
es como el tequila:
por darle un trago
no pasa nada,
por darle dos tampoco,
pero de trago en trago
llegamos al fondo de la botella
donde encontramos el golpe.
Es en ese momento
que el primero, el segundo,
todos los tragos
se juntan para hacer efecto: uno se desconoce,
desconoce a todos,
y todos lo desconocen a uno,
y le parece que todos
nos desconocemos
entre todos;
el mundo se va difuminando,
las penas arden más
y se consumen menos,
los nombres que quieres olvidar
retumban en tu cráneo,
los recuerdos
llegan en estampida,
el llanto es una epidemia,
el silencio un verdugo
y la música una cura.
Jamás me puse así por beber,
soy enemiga de hacerlo,
pero vaya que he visto a gente
perder el sentido,
soltarse de la realidad
a causa de unos tragos;
además, ¿quién no ha oído nunca lo que se siente?
Por eso sé que no tengo
que beber para pensar
que doy mi último aliento,
que de pronto mi cuerpo
ya no es cuerpo sino vértigo,
marea incontrolable,
y el final, mi final,
se esconde
bajo mis párpados,
y, en cuando los levante, sucederá;
por eso sé que eso
es lo que siento,
y si lo siento es que estoy ebria,
por eso sé que te vi marchar,
te dije que no importas,
juré que yo sería mejor sin ti
y estuve uno,
dos,
tres,
no sé cuántos días,
aguantándome las ganas
de pedirte que regreses,
hasta que llegué al fondo
de mi maldita botella,
cada día fue un trago
y de trago en trago
llegué aquí,
entré al estado
en el que no sé quién soy,
ni quién eres,
ni por qué te quiero,
ni qué hago,
ni nada,
el estado en el que
sólo hay una certeza:
unos pierden la cordura
con el tequila,
otros, como yo,
con las ausencias.
Chalico