Campos de gloria. Por Juan A. Galisteo Luque

Campos de gloria

 

El ejército imperial,
desde Peñaflor de Hornija,
esperaba movimientos
de las fuerzas de Padilla.
Ya se van los comuneros
al clarear la luz del día;
Torrelobatón se queda
con la niebla espesa y fría.
Ya resuenan por el valle
cañones de artillería;
La Vega de Valdetronco,
localidad elegida
para librar la batalla,
muy pronto se desestima
por la inclemencia del tiempo.
La tarde gris se escondía…
¡Comuneros de Castilla!
¡Atended mi voz de mando!
Hoy el general Fonseca,
aquí, en Medina del Campo,
ha incendiado la ciudad
con abuso y gran quebranto.
Por suerte la artillería
queda intacta, a buen recaudo,
y el intento de saqueo
ya resuena largo y ancho
por toda Castilla entera…
-La reina madre está al tanto.-
Al llegar a Villalar,
las huestes van ya rendidas,
y el choque es inevitable
con las fuerzas realistas.
¡Resistid, fieles soldados!
-dijo una voz que salía
desde el interior del pecho,
mas ¡nadie le respondía!
Volvió a gritar al silencio;
-esto es lo que pedía:
«Rogadle a María Pacheco,
aunque os cueste ello la vida,
que se resista luchando
con Acuña a las orillas
del Tajo, donde las flores
dan a Toledo campiña;
yo moriré en Villalar,
con la esperanza perdida
mas con la fe de su amor.
¿Dónde estáis que no os encuentro,
Comuneros de Castilla?
¡No escucháis a las campanas!
Hoy, el deber nos obliga,
por tierras de Villalar,
Simancas y Tordesillas».

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Autor: Juan A. Galisteo Luque

Fragmento del romance: «Comuneros de Castilla»

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