La noche reinaba en el firmamento,
millones de estrellas brillaban al cielo,
y estaba la luna cegada de celos,
por enamorados que la iban siguiendo.
La noche era dulce, se escuchaba el viento
por las arboledas, tranquilo, sereno.
Cerca de un remanso, un río corriendo,
se acercó cantando, se alejó riendo.
Debajo de un árbol, los aromas siento,
calmando mi alma de resentimiento,
una paz muy grande cruzó mis adentros,
dando al corazón, alivio y consuelo.
La noche era gozo, el amor deseo,
que lanzó mi alma fuera de mi cuerpo,
quitando esa pena, dándome ese aliento,
desde esa esperanza de ilusiones nuevas,
sonrisas y dichas y horizontes bellos.
Al campo desierto, los búhos volaron,
rompiendo la calma sobre la llanura;
en su desconcierto, la muerte acechaba,
dando a los sentidos, temor y respeto.
-Un chillido entonces, se escuchó a lo lejos,
desde las alturas, la agónica presa,
entre garras crueles se apagó en silencio.
Pensando en la vida, desde mis adentros,
promesas quedaban sin cumplir, vencidas
por un desengaño y aquellas marcadas
por la felonía, fueron olvidadas,
pasados los años, merced del recuerdo.
Con amplia sonrisa y dicha creciente,
una suave brisa, alcanzó mi frente
aquella mañana… -Miré hacia el Oriente,
la aurora rojiza el alba apuntaba,
y al claro del día, la noche moría,
suave y lentamente desde mi ventana.
Juan A Galisteo (Galeote)
del libro Café Boulevard